Vigilados

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

21 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre me pareció que el invento de Internet era demasiado extraordinario para ser real. Su implantación en el mundo actual supuso la apertura de una nueva época histórica, una nueva era, como el invento de la rueda o el de la imprenta o la maquinaria industrial. Pero los malos usos de esta grandiosa herramienta que lo ha revolucionado todo, no han tardado en aparecer. Ahí está el último incidente en forma de un ciberataque destructivo, que ha dejado miles de ordenadores infectados y a grandes compañías -como la de trenes alemanes, la telefonía rusa o los hospitales del Reino Unido- al borde del colapso. Una pena, pero así somos los humanos: mientras unos genios han trabajado para lograr un producto extraordinario para el progreso del mundo, otros, dotados de un talento semejante, se han dedicado a inventar virus maliciosos, al servicio de la ruindad y de la extorsión a ese mismo mundo.

 Y es que esto de la alta tecnología tiene sus peligros. Un personaje local muy curioso, allá a principios de los 80, andaba por las calles avisando de que los americanos nos espiaban con satélites, que lo sabían todo de cada uno de nosotros, que estábamos perdidos… Todos pensábamos que era un lunático con manías persecutorias. Pues no estaba tan descaminado. Años después, en 2013, el informático americano Snowden, antiguo empleado de la CIA y de la NASA, filtró a la prensa documentos clasificados como «alto secreto» entre los que había información sobre la «vigilancia masiva» que, a través de los ordenadores, ejercía la CIA en el mundo. Ese ferrolano estaba en lo cierto, solo que los espías fueron cambiando los satélites por los ordenadores.

Por eso no es extraño que los holandeses, en las últimas elecciones, hayan hecho el recuento de votos a mano, ni que los chinos se estén planteando volver a la máquina de escribir, mucho más segura porque todo queda en el papel escrito y este se puede guardar en sitio seguro, y en caso de apuro, se puede hacer desaparecer quemándolo. Por ejemplo, no queda ni rastro de los muchos poemas malos que yo escribí en una vieja máquina que había en mi casa: los iba echando al fuego de la cocina bilbaína a medida que los daba por terminados. No queda ni una prueba de aquel mal poeta, aunque para mi descargo, tendría que decir que a aquella máquina le faltaba la «s», y el espaciador a veces no funcionaba y, claro, así no es nada fácil escribir poesía ni nada…

Con esto del ciberataque, me acordé estos días de dos alumnos adultos que tuve en la UNED. Los animé a que se decidiesen a escribir sus trabajos en ordenador, pues lo necesitarían en sus futuras carreras.

Me hicieron caso, aunque no sin esfuerzo, pues anduvieron a la greña durante todo el año con los nuevos aparatos que se compraron, que no les pasaban un error, que les hacía desaparecer de la pantalla el largo texto que habían escrito con tanto esfuerzo y que nunca más recuperaban, que no les permitía el menor descuido.

Se quejaban, echaban de menos sus viejas máquinas de escribir, que consideraban mucho más humanas. Yo les decía que esos problemas eran solo al principio, como cuando se empieza a conducir un coche, pero después esa maravilla tecnológica se volvería dócil y segura, y que les pondría en contacto con personas de cualquier lugar del mundo. Creo que hoy no les hablaría de los ordenadores con tanto entusiasmo como en aquellos momentos.