Lobadiz

Cristóbal Ramírez TRIBUNA

FERROL

19 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El almanaque marcaba 1969 cuando puse en marcha una idea que se me había ocurrido dos o tres años antes: buscar un pequeño grupo de amigos y excavar el castro de Lobadiz. Así, porque sí. Echando horas, que es como hasta recientemente se hacían las excavaciones. Eso, sin duda, sería hoy ilegal, pero no se pueden enjuiciar otros tiempos con los ojos del siglo XXI. Ni en arqueología ni nada.

Lobadiz lo había descubierto yo de la mano de Natalio Arnoso, un notable pintor a quien tenía de profesor y a quien encantaba la pesca submarina. Y me llevaba allí, a Lobadiz, y él se metía en el agua mientras me dejaba caminando por encima del castro, soñando una y mil veces. Íbamos con un chico de la zona llamado José Manuel que cumpliría próximamente 67 si en el último trimestre de 1968 no se lo hubiera llevado una ola.

Y con el embrión de lo que luego sería la Asociación Histórica, Artística y Arqueológica Dugium empezamos a excavar, y más o menos rápidamente nos dimos cuenta de que estábamos en medio de una vivienda rectangular de bordes redondeados. Salió de todo: cerámica, molino, doas… pero ningún torques de oro, como figura por ahí en algunas fichas oficiales, puro ejemplo de posverdad. Y así durante dos veranos.

El tiempo pasó y aquello quedó en el abandono. Luego vinieron las casetas invasoras que arrasaron la primera muralla, denunciadas formalmente ante un juez que se cruzó de brazos. Y Lobadiz sigue esperando su turno. No volvería a excavar como entonces, claro está. Los tiempos han cambiado. Por suerte. Pero si algún día hay una prospección científica, espero que me coloquen el número uno de la cola. Por derecho propio.