Por un camino

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

16 dic 2016 . Actualizado a las 22:30 h.

Vaya por delante, para que no haya ni equívocos ni malos entendidos, que este que les habla, Servidor de Ustedes, nada tiene contra Don Papá Noel. Un personaje al que hay que reconocerle que ha ido ganando en generosidad conforme también han ido pasando los años, al tiempo que iba aumentando, poco a poco, de tamaño. Y conste que lo de aumentar de tamaño no va con segundas, sino que nace de un recuerdo personal, porque la primera vez que tuve noticia de él, del que en buena parte del mundo se conoce como Santa Claus, era un muñeco vestido de rojo, de apenas una cuarta de alto, al que mi madre colocó en el árbol de Navidad, sujeto con un hilo, no muy lejos de la estrella de Belén que ella misma había fabricado con cartón y papel de plata. Es más: recuerdo, incluso, que ya por aquel entonces me cayó muy simpático, sentimiento que hasta me atrevería a decir que fue y sigue siendo mutuo. De hecho, unos días más tarde aquel mismo Papá Noel ya me trajo -y sin darle importancia alguna al hecho de que yo hubiese tenido que preguntar quién era y por qué iba vestido de rojo- un ejemplar, troquelado, del cuento del Gato con Botas. Pero dicho esto, permítanme ustedes proclamar hoy, bien alto, que yo soy mucho más -dónde va a parar- de los Reyes Magos Y eso que la primera vez que creí verlos me dieron miedo. Les quedaba muy mal la barba, seguramente serían otros señores, disfrazados. Sin embargo, desde que vi a los que sin lugar a dudas eran los verdaderos Reyes Magos de Oriente, me cuento entre sus seguidores incondicionales. Bajaban, a lomos de sus dromedarios, por un camino de Sillobre. Cuánto echo de menos aquel tiempo, lleno de milagros.