Fotos de Koldo

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

08 oct 2016 . Actualizado a las 00:48 h.

Cuando la cultura española empieza a tomar conciencia, por fin, del extraordinario valor de la obra de Koldo Chamorro de Aranzadi, de quien fue uno de los más grandes fotógrafos europeos de todos los tiempos, regresa una vez más a mi memoria -y quizás con mayor fuerza que antes- el recuerdo de unas fotos que no llegué a ver nunca: las que él tomó, tal vez hace ya un cuarto de siglo, en lo alto del monte Marraxón, en Sillobre, entre todas aquellas grandes piedras que fueron tumbas para quienes, sumidos en la noche de los tiempos, quizás sabían -de la tierra y del agua y del viento y de las estrellas- secretos que a nosotros jamás nos serán desvelados. Koldo llevaba consigo, naturalmente, su vieja Leica. Hizo aquellas fotos con ella. Con una M4-P, de funcionamiento estrictamente mecánico, llena de heridas que hacían brillar su cuerpo de bronce donde la pintura ya no estaba. Una máquina que él, hombre de austeridad inquebrantable al tiempo que de generosidad infinita, sujetaba no con una correa de fotógrafo, sino con un bramante: con un cordel de cáñamo que le gustaba envolver en su mano derecha, tensándolo para que la Leica, al dispararla, ni se inmutase. Quizás mi memoria me engañe, pero creo recordar que aquel día la niebla envolvía el Coto do Rei, la corona de los montes de Marraxón, donde en algún libro un monarca resucita con su caballo. Sin embargo, estoy seguro de que en aquellas fotos, en el negativo que Koldo seguramente no llegó a positivar jamás, estarán, con los espectros que habitan el invierno y los caminos desiertos, soñando el mar lejano y las vencidas montañas, algunos amigos más, que también han marchado.