La culpa es del granito

José Picado DE GUARISNAIS

FERROL

28 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

A finales del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos IV, tuvieron lugar importantes cambios relacionados con la humanización, el equipamiento y la higiene de la ciudad. Entre ellos merece señalarse el enlosado de las calles que en algunos casos dañaban la salud pública y presentaban un estado inmundo y asqueroso que impedía el tránsito por ellas afectando al aseo y limpieza de sus moradores. Esto nos cuentan los historiadores expertos en el siglo de las Luces, como el profesor Vigo Trasancos. O sea que hace ya más de 250 años los nachiños ferrolanos se pusieron manos a la obra arrancando granito de las canteras, lo cortaron en losas y pavimentaron las calles, alcantarillado incluido. Era la época en la que se construía el barrio de la Magdalena y se levantaban muchos de los edificios que todavía continúan en pie en el Arsenal. Se ampliaban y mejoraban los castillos y baterías costeras. Y se construían fabulosos muelles y diques que, en aquel entonces, eran la admiración del mundo.

Todo eso se hacía con granito. Y ahí está buena parte de él, orgulloso, perfectamente cortado y trabajado, resistiendo el paso de los siglos y mostrando la habilidad de los ingenieros, maestros, canteros y albañiles en trabajos que son auténticas filigranas. El granito continúa aguantando el tipo bajo el nivel del mar, soportando el peso de las construcciones que tiene encima y las presiones del agua. El granito permanece muchos metros bajo tierra como cimiento de los grandes muros defensivos que tuvimos y tenemos en la ciudad. Y, por supuesto, el granito se mantiene en fuentes, monumentos, muros, garitas, iglesias, viviendas y otras muchas construcciones.

Donde no se mantiene -porque no quiere- es en las calles y aceras ferrolanas. Aquí el granito se rebela, se levanta, se hunde, se retuerce, se rompe. Sea en losas o en adoquines, el granito ferrolano no se encuentra a gusto siendo pisoteado por los ciudadanos y sus coches. Y eso, créanme lo que les digo, es porque el granito es consciente del lugar que ocupa en el escalafón arquitectónico. Las losas y los adoquines ferrolanos son inteligentes y por eso debemos llamarles smart adoquines, para seguir la moda de los anglicismos. No quieren ser una fachada de piedra, como las losas compostelanas, ni quieren ser pisadas por generaciones de vecinos, como las losas y adoquines pontevedreses, parisinos o romanos. Por eso se lo ponen tan difícil a las empresas constructoras y a las de mantenimiento, a los jefes de obra, a los políticos y funcionarios municipales, que hacen su trabajo con profesionalidad, con calidad, con gran dominio de las técnicas más modernas.

Pero claro, con un granito tan rebelde no hay calle ni acera que resista.