En forma

Miguel Salas CRÓNICAS FORENSES

FERROL

26 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Tengo un amigo aficionado al gimnasio que lleva tiempo dándome la murga para que abandone las artes marciales y le acompañe a esa sala de torturas donde él intenta mantenerse en forma. Yo, que nunca he sido partidario del asunto, procuré acudir a la cita liberado, en la medida de lo posible, de prejuicios. Me duró la actitud lo que un parpadeo. Nada más cruzar el umbral del horror -dejad toda esperanza, debiera estar escrito sobre el dintel de la puerta, como a la entrada del infierno de Dante- me asaltó la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que semejante actividad haya heredado el nombre del gymnasión griego, donde los jóvenes practicaban la lucha, la carrera, el lanzamiento de jabalina o disco? La visión de aquella horda de gente corriendo, como hámsters, sobre una cinta, o levantando pedazos de metal para aumentar el volumen de sus bíceps me dejó petrificado.

Pero fueron sobre todo los rostros de los gimnastas los que más atrajeron mi atención. Nadie allí disfrutaba ni permanecía atento a lo que hacía: aburrimiento y evasión eran la tónica general en aquel recinto. ¿Por qué practicar actividades físicas en las que no existen ni la diversión ni el aprendizaje, habiendo, por ejemplo, atletismo, deportes de equipo o artes marciales?

Es el sello de la vida moderna: valorarlo todo según su utilidad, y el gimnasio es útil: invirtiendo poco tiempo mantiene en forma el cuerpo. Pero la mente se ha quedado fuera de la ecuación.