Puzle sin sentido

Miguel Salas

FERROL

22 dic 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Querido Leo: Me intriga la concepción que los asiáticos tienen del lejano occidente. He de resignarme a no terminar de entenderla jamás. No hay más que entrar en alguna tienda de quincalla europea, tan habituales aquí, para comprender que su visión de lo nuestro es, por lo menos, confusa: osos de peluche en chaqueta de tweed conviven con armaduras medievales, cuadros de patchwork se mezclan con carteles de Matrix, camisetas del Barcelona se rozan, en las perchas, con la vasta tela de los pantalones militares de la Segunda Guerra Mundial. Margaret Thatcher, Cristiano Ronaldo y Agamenón son, para los taiwaneses, piezas casi contiguas de un puzle sin sentido.

La semana pasada visité, en Taipei, una exposición del Museo Británico sobre la Grecia clásica. Fue divertido contemplar cómo los taiwaneses perciben nuestra antigüedad. Las explicaciones escritas de las piezas eran para troncharse de risa. Solo te diré que, con fines didácticos, se comparaba a Hércules con Supermán. Lo más comentado por mis acompañantes fue la rotundidad de las nalgas de las esculturas. En un país de culillos planos, los glúteos griegos son de una sensualidad casi morbosa. Ahora ya saben que no soy una aberración genética, sino un digno descendiente de los dioses olímpicos.

La exposición ha sido un éxito, y las consecuencias no se han hecho esperar. Un espabilado médico que tiene consulta cerca de mi casa ha colocado junto a la puerta un inmenso cartel con una foto del discóbolo, a la que ha añadido, por medios informáticos, una protuberancia abdominal. El texto dice: «curamos tu hernia aunque sea de piedra». Claro que nada como aquella réplica dorada del Moisés de Miguel Ángel que me encontré en China, a la entrada de una gran tienda de retretes. En su ignorancia de la historia sagrada, el dueño malinterpretó la postura sedente y el ceño fruncido de la estatua, y tomó las tablas de la ley por un periódico. Eso sí -cosas del gran arte-: el patriarca judío no había perdido ni un ápice de su dignidad.