Me encanta viajar, conocer sitios nuevos, otras culturas, otras gastronomías y otras formas de vivir, y sobre todo cuando viajo observo, grabo en mi memoria recuerdos, e intento no perderme nada de lo que veo. Hace años visité Madrid con una amiga de allí, y cuando estábamos llegando, desde el avión me dijo emocionada mirando el paisaje «¡qué pasada! ¡cuántos tonos de marrón!». Y me di cuenta de que las ciudades brillan más cuando sus habitantes las valoran y las ven en positivo.
En ese y en otros viajes mis amigas me acompañaron en muchas de mis visitas, porque a pesar de vivir allí no habían estado, entre otros, ni en el Prado ni en el Reina Sofía, y comentamos que cuando tienes algo al alcance de la mano, la rutina, y el saber que puedes acceder a ello cualquier día, hace que te dejes ir y que desconozcas la ciudad en la que vives. Y eso nos pasa a veces aquí, nos impresionamos con lo de fuera, y no apreciamos lo que tenemos en nuestra tierra, y si no que se lo pregunten a los que vienen de vacaciones.
Este verano, ferrolaneando, me he dado cuenta de que todo pasa por saber sacarle partido a lo que se tiene, disfrutándolo con tranquilidad, sin el estrés del día a día.
Un paseo en lancha por la ría, una tarde de viernes en el castillo de San Felipe, una mañana callejeando por Mugardos y tomando un pulpo en el muelle, una visita al Arsenal, una jornada en la Feira Mariñeira de Ares, en las Fragas do Eume, en el Pantín Classic o en una de nuestras numerosas e impresionantes playas, una noche de concierto en la plaza de España... Intentad pasar una semana a ritmo de vacaciones y veréis que puede ser tan emocionante o relajante como tres días en Estambul o una semana en el Caribe. Nada como valorar lo que tenemos, observar, abrir los ojos y mirar en positivo, intentar mejorar lo que se pueda y comentar siempre lo mejor, nuestra gastronomía, nuestra cultura, nuestro patrimonio y nuestros paisajes. «¡Qué pasada! ¡cuántos verdes!».