«Entre nuestros clientes también tenemos varias generaciones»

R. Loureiro

FERROL

Nieto e hijo, respectivamente, del fundador de Casa Amador, Teodoro, siguen manteniendo viva una tradición que su familia inició allá por el año1923

28 jun 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Ocurre con Casa Amador lo que por lo general sucede con casi todo cuanto ha estado ahí siempre . Entendiendo por siempre , claro está, aquello que ya se había creado cuando nacimos, y que por consiguiente tuvo su origen en el más literario de los pasados: en el tiempo que solo vimos en sueños. Ocurre (y esto es, por fin, lo que queríamos decirles), que uno acaba teniendo la impresión de que eso forma parte de nuestras vidas. Y así acontece con esta tienda de coloniales que, como recuerdan Jorge Amador Seijo, su actual gerente, y su tío Sotero Amador Viñas, se abrió en el año 1923. La creó, por aquel entonces, Teodoro Amador Cobas, un comerciante -amigo, por cierto, de Castelao, como recuerda su hijo-, que había ido prosperando en los negocios tras comenzar a trabajar, siendo prácticamente un niño, en la casa de ultramarinos que se encontraba exactamente en el mismo lugar en el que finalmente Casa Amador abrió las puertas.

«Así que lo que hoy es Amador -comenta Jorge-, tiene 86 años de existencia; pero si tenemos en cuenta el establecimiento que la precedió en este mismo lugar, su historia ya se remonta hasta el siglo XIX». Posan Jorge y Sotero, para el retrato que le hace César Toimil, con la fotografía que tomara también en los años veinte del siglo pasado, de Teodoro Amador y sus empleados, Bernardino González. Una foto -en realidad un fotomontaje muy bello, armado a partir de varias imágenes- a la que ellos le tienen un especial cariño, claro. Muestran sobrino y tío, sin en ningún momento ocultarla, una fuerte vocación de saga. «La familia -dicen ambos- hace que las cosas pervivan en el tiempo de forma más fácil».

«Entre nuestros clientes también tenemos varias generaciones, hay familias de Ferrol que son clientas de esta casa desde que se abrió», señalan. (Sotero tiene especial interés en dejar constancia de lo muy vivo que los Amador mantienen el recuerdo de su hermano Teodoro, Teodoro Amador Viñas. El segundo Teodoro de la saga. El padre de Jorge, vaya, y de sus hermanos. Y aquí hacemos que conste, claro.).

Los avatares del tiempo

A lo largo de su historia, Casa Amador vivió muy diferentes circunstancias. Sotero recuerda, por ejemplo, «cuando aparecieron los supermercados». «Muchas tiendas de ultramarinos desaparecieron entonces -rememora-, así que nosotros nos reafirmamos en lo que teníamos que hacer: especializarnos.

La especialización («Y no engañar jamás al cliente», subraya Jorge) ha mantenido abiertas sus puertas hasta el siglo XXI. En su establecimiento, entre bombones belgas, jamones extremeños y galletas de Bretaña, hoy conviven los patés llegados del corazón de Francia con los vinos que buscan los clientes más exquisitos y con el café que ellos mismos siguen tostando. Además de, por supuesto, la legendaria repostería mindoniense del Val de Brea, heredera de la que se servía en la mesa de Fray Antonio de Guevera, el extraordinario escritor del siglo XVI («La galera dela Dios a quien la quiera...») al que Cervantes cita en el prólogo del Quijote, y que tras haber sido confesor de Carlos V murió, como obispo, en Mondoñedo, después de haber dado a la imprenta libros como su Menosprecio de corte y alabanza de aldea . «¿Sabes cuál es el secreto de todo esto...? -apuntan Sotero y Jorge-. Conseguir lo más importante de todo: que el cliente vuelva».