El padre fundó hace 43 años uno de los primeros negocios del barrio, de ropa masculina; su hijo lo emuló en el 2000 con otro establecimiento de línea joven
17 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.El palo de esta historia es uno de los primeros comerciantes que abrió un establecimiento en Ultramar. Era el año 1966 cuando, en la calle Sánchez Calviño, que aún es hoy una de las principales arterias del barrio, Jaime Moar Loureda creó un negocio al que le dio su último apellido. Se dedicó mayoritariamente a la sastrería, vendiendo trajes y pantalones masculinos a medida, «que era lo que se llevaba más en esa época». Después, se fue adaptando a los tiempos y, evolucionando, derivó en un comercio textil, aunque sin perder las señas de identidad con las que nació. «Hace ya tiempo que no se venden trajes a medida. Ahora vienen muy bien las prendas de confección y son más baratas», explica.
Jaime Moar -identificado ya como Loureda por sus vecinos- se convirtió en uno de los referentes del negocio comercial en Ultramar, en donde ha visto evolucionar el sector y también el barrio. «Aquí, cuando yo empecé no había nada, aunque fue creciendo poco a poco y, en la actualidad, de los barrios de la ciudad es el que más comercios tiene».
Jaime tuvo un solo hijo, con el que, además de compartir el nombre y el primer apellido, comparte pasión por su profesión. Jaime Moar Amado se crió en el comercio de su padre, con quien comenzó a trabajar en 1992. Ocho años después decidió emprender el vuelo y poner en marcha su propio negocio en solitario, que lleva el nombre de Loureda Joven.
La astilla de este artículo tiene perfectamente claras las razones por las que se decidió a seguir los pasos de su progenitor: «Me gustaba este trabajo y además yo me crié en el negocio y eso te tira», explica. Su establecimiento, ubicado a pocos metros del de su padre, está orientado a un público más joven. «Tenemos una línea distinta, aunque también trabajamos los trajes, pero más entallados, más juveniles», asegura.
Clientela fiel
Padre e hijo han logrado hacerse con una clientela fiel, lo que les llena de orgullo. La prueba la tienen con frecuencia. «Tenemos bastantes clientes que por allí van los padres y por aquí vienen los hijos e incluso los nietos», explica el Jaime menor.
Loureda se jubiló hace cinco años, aunque aún suele pasar a diario por su negocio, en el que, asegura, «ya casi no me meto en nada». En cuanto a los malos tiempos que azotan la economía, recuerda que cuando abrió su establecimiento, «también había una crisis», una palabra que ha estado unida al desarrollo de esta ciudad. «Ha habido altos y bajos, pero hay que aguantar», afirma. Su hijo confirma las dificultades, aunque asegura que capea el temporal «por nuestra buena clientela».
«Don de gentes»
El más joven de la saga alaba de su padre «su don de gentes, su buen humor y su buen carácter, además de su profesionalidad». El progenitor dice de su vástago que «es un chico que sabe lo que hace, porque nació en esto. Empezó muy bien en el negocio y así continúa».