La vida en óleos y acuarelas

TEXTO Beatriz Antón FOTO César Toimil

FERROL

A sus 90 años, Ricardo Pena sigue con los pinceles a cuestas, retratando el rural gallego; sus hijos se contagiaron de su fiebre artística y ahora siguen sus pasos

14 ene 2009 . Actualizado a las 11:49 h.

La cita transcurre frente a unos deliciosos churros del café Bonilla, a muy pocos metros de la casa en la que Ricardo Pena -historia viva del arte ferrolano-, nació y creció. «Ahí mismo -comenta contemplando la plaza del Callao desde la ventana- jugaba yo de pequeño con una pelota de trapo, en este café había una barbería y por esa calle pasaba el tranvía... ¡Ahora está todo tan cambiado!».

Esa plaza del corazón ferrolano no es el único lugar que los ojos de Pena han visto transformarse. El reconocido artista -referente de la pintura gallega del paisaje rural- acaba de cumplir 90 años. Y 90 años dan para mucho. Para dibujar toda una vida. Y también para que a uno le brinden un homenaje quienes bien lo quieren.

«La idea fue nuestra, de mi hermano y de mí», apunta José para explicar cómo surgió la iniciativa de organizar la exposición Ricardo Pena aos 90 , que desde hace pocos días se puede ver en el Toxos e Froles. En la muestra -todo un regalo para festejar las nueve décadas de vida del maestro-, se pueden ver 33 cuadros del homenajeado, 12 de su hijo José y otros 9 de Ricardo. «Es la primera vez que exponemos juntos y nos hace mucha ilusión», explica este último.

El café sigue ahí, pero en la bandeja quedan ya solo dos churros. La conversación salta entonces del presente más reciente a los años 40, cuando Ricardo Pena empezó a enamorarse de los pinceles. «Recuerdo perfectamente que lo primero que hice fue una pintura que pinté para mi novia en un azulejito». A Fina, que así se llamaba ella, aquel ladrillo vidriado le gustó mucho. Muchísimo. Tanto que, después de algún tiempo y de otras muchas pinturas, terminó casándose con él. «Ojalá estuviera hoy aquí... ¡La echo tanto de menos!», dice Ricardo con la memoria puesta en su esposa.

Y, frente al café y los churros, Pena prosigue su historia. Cuenta que, después de aquellos primeros pinitos, entró en Bazán y allí entabló amistad con otros artistas de la época, como Collado, Paco Iglesias, Vázquez Doce... Pero él siempre fue un aprendiz solitario. Un verdadero autodidacta. «De joven quiso entrar en la Escuela de Artes y Oficios, pero la Guerra Civil se le cruzó por el medio y no pudo ser», explica a su lado José. «Es verdad, se tuvo que romper los cuernos para aprender», añade Ricardo. Pena se curtió a golpe de mucha salida a la naturaleza, casi siempre en bici («porque nunca tuve coche», apunta él) y exponiéndome a situaciones no muy agradables. «Es que la gente es muy desconfiada, y al verlo allí sentado, dibujando un hórreo o un árbol, siempre pensaban cosas raras, como que les iban a expropiar los terrenos y cosas así», explica Ricardo.

A sus hijos, que crecieron oliendo a aguarrás desde la cuna, la afición les llegó por contagio. Casi por imitación. De José, su padre destaca su talento para el retrato, mientras que de Ricardo alaba sus acuarelas. ¿Y ellos? ¿Qué admiran de su padre? «Para mí es un maestro con la luz», apunta raudo José. «Y también es un experto en buscar los temas, el ángulo, la composición», añade su hermano mayor.

En sus palabras se nota que sienten un gran respeto por él. Se palpa su admiración cuando cuentan cómo la corporación municipal, hace ya algunos años y «por unanimidad», acordó dedicarle una calle de A Cabana a su padre. La misma calle en la que ahora Pena vive acompañado de un gato callejero al que ha bautizado con el nombre de Napoleón . Y el mismo cariño vuelve a aflorar cuando rememoran su participación en las bienales de Pontevedra o la retrospectiva que el Torrente Ballester le dedicó a su obra en el 2003.

Mientras ellos hablan, su padre sonríe. Cuenta que le apasionan los abedules y odia los eucaliptos. Demuestra que aún tiene sentido del humor. Y mientras, un solitario churro permanece en la bandeja. «¿Pero es que nadie se lo va a comer?... ¡Con lo buenos que están!..».