«Antes tenía un pánico atroz al coche; ahora me veo capaz de llevar un autobús, no le temo a nada»
FERROL
El caso de Cristina Souto es paradigmático. A sus 34 años llevaba los últimos trece sin conducir. Sacó el permiso a los veintiuno, cuando ya le tenía «un pánico atroz» al coche, pero se apuntó «porque lo hacía todo el mundo». Le costó aprobarlo tres intentos y una «burrada» de prácticas. «Hice el examen y no lo volví a coger nunca más», reconoce. Un cambio de vida, «y sobre todo de mentalidad», subraya ella, la forzó a conducir otra vez este verano. Ahora «utilizo el coche para todo. No sabes la independencia que te da, te cambia la vida». El miedo ha quedado atrás: «Primero quería un coche pequeño. Ahora me veo capaz de conducir un autobús, no le tengo miedo a nada», afirma.
El autor del milagro se llama Cipriano Rodríguez, profesor de enseñanza vial desde hace más de dos décadas. La quincena de prácticas a bordo de su coche en la autoescuela Cosmos le han devuelto a Cristina la confianza que nunca tuvo. Le ha supuesto cerca de 300 euros, pero ni se acuerda del bolsillo: «El dinero que se gaste en esto está bien invertido», defiende. «Además, es un aliciente para no haber tirado el dinero gastado en el carné. Yo me lo tomé como un trabajo», añade.
Pero ¿para qué volver a la autoescuela? Cristina lo tiene claro: «Por seguridad. No quería poner en riesgo el coche de nadie ni, sobre todo, a las personas que iban dentro», explica. Es algo que comparten los profesionales de la enseñanza vial. Consideran que aprender con un conocido al lado puede ser hasta contraproducente. «Meten presión y hay quien acaba odiando conducir por eso», asegura David Martínez, profesor de la autoescuela.
En esta segunda oportunidad, volvió a empezar de cero. Ahora «no es que sea buena conductora, pero sí aceptable. Aún no he rozado el coche», argumenta. Ella conduce desde hace tres meses. Su hermana, diez años mayor y con el mismo problema, no lo ha conseguido.