La mirada histórica de Lago

Luís A. Núñez FERROL

FERROL

CÉSAR TOIMIL

Dolores Fernández Rivas cumplió ayer 105 años, todo un récord para la familia. No así para la parroquia de Valdoviño, cuyos vecinos guardan con celo el secreto de la longevidad

19 jul 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

En el año 1902, el dictador ruso Stalin fue detenido por primera vez por el régimen zarista y trasladado a Siberia. También el genio Albert Einstein consiguió entonces su primer trabajo estable en la Oficina Suiza de Patentes, en Berna, y se instauró en el Reino Unido la educación Secundaria. Ese mismo año nacieron los escritores John Steinbeck, Luis Cernuda y hasta Maruja Mallo. Ajena al transcurso de la historia, en ese mismo año nació Dolores Fernández Rivas en el lugar valdoviñés de Outeiro, en Lago. Y aunque no alcanzó un premio Nobel y no pasó a los anales de la historia mundial, esta vecina tiene el mérito de haber cumplido los 105 años y estar como una rosa. «Nunca fue al médico y se niega a tomar pastillas», cuenta uno de sus nietos en una improvisada fiesta de cumpleaños preparada para recibir los honores del Concello. «Trouxémoslle un ramo de flores e uns bombóns», decía ayer el concejal de Servizos Sociais de Valdoviño, Fidel Díaz, quien disculpó ayer la ausencia de la alcaldesa: «Como sabedes, traballa no Marcide e hoxe estaba de turno», apuntó. Como en años anteriores, Dolores no estaba en la puerta para recibir a la delegación municipal. «Hace unos días que aún andaba por ahí», dicen sus familiares. Pero los achaques de la edad han podido con ella a las puertas de sumar un siglo y un lustro de existencia y le han recetado descanso. Otros centenarios Además de Dolores, otro vecino de Meirás alcanzó ya este año los 105. «Pero tamén é de Lago», reivindica Juan, uno de los hijos de la homenajeada. Incluso cuentan que otro vecino de la parroquia, que residió en sus últimos años en Narón, iba camino de lograr el hito. Con este currículo, está claro que algo tendrá esta orilla de la laguna de Valdoviño para dar tantos vecinos longevos. Pero, de ser así, lo guardan con celo, aunque Bernardina y Juan, los dos hijos de Dolores, aseguran que lo de su madre no tiene secreto alguno. «Serán os aires mariños», elucubran. Respecto a sus hábitos: «De nova ía todos os días a Ferrol camiñando a vender as patacas», explica Bernardina. Y aún ahora, a sus 105 primaveras, echa de menos el campo. En su casa ya no hay ni vacas ni se cultiva la huerta, sin embargo, la decana del hogar divaga con sus nietos: «Hai que botar as patacas, que lles vai pasar o tempo», instruye de cuando en vez. En sus ojos se ve que lleva mal eso de estar postrada. Lo que está claro, es que por los ojos de Dolores pasaron dos guerras mundiales y una civil. Pero prefiere quedarse con las alegrías, como jugar con sus nietos. «Le encanta guerrear», dice uno de ellos. Y que sea así por muchos años más.