El sastre serbio que sueña con conocer a Amancio Ortega

César Antonio Molina

EXTRA VOZ

cedidas

Radomir Rankovi , que vive en una pequeña población al sur de Serbia, empezó de aprendiz muy joven, como el fundador de Inditex, a quien admira. Confiesa que sueña con conocerle en persona

24 ene 2016 . Actualizado a las 16:28 h.

Camino por Veliko Gradiste (una pequeña población, al sur de Serbia, entre Rumanía y Bulgaria, a orillas del Danubio) como si caminara por mi casa. Un timbre seco me despierta y una bicicleta está a punto de atropellarme. Iba tan despacio que, en realidad, yo los he atropellado: a ella y a su ocupante de quien me preocupo sin motivo. Más que disculparnos nos presentamos. Él es Radomir Rankovi, aunque mucha gente en Veliko lo llama Radovan, Rade o incluso maestro Rade. Yo asumo, con su permiso, este último grado. Sonríe con gran placer. Me doy cuenta de que, para empezar, todo ha ido bien. El maestro Rade nació en una pequeña aldea serbia llamada Pozezeno. Allí se fabricaban escobas de paja. Le comento irónicamente al maestro si le enseñaron a volar en ellas. Él sonríe, aprieta contra sí la bicicleta, y me dice que no, que en Pozezeno no había más brujas que en cualquier otro sitio. También este pueblo, como Veliko, está a orillas del Danubio, frente a Rumanía. El maestro Rade me dice que nació en el año 1937, aunque no sabe exactamente en qué mes por cuestiones relacionadas con la iglesia ortodoxa y el calendario juliano. ¡Qué importancia tiene eso ahora! El maestro Rade insiste en justificar su coquetería añadiéndose meses o quitándoselos. El maestro Rade, a pesar del calendario juliano, mantiene su alegría y vigor. 

Hijo único de padres campesinos, aprendió de ellos el trabajo y el amor a la tierra y a los animales. Su único tío paterno murió durante la Segunda Guerra Mundial. Y la abuela de Rade, Bela, durante meses se dedicó a buscar el cadáver por los campos de batalla donde había luchado el muchacho. Mile, el padre del maestro Rade, tuvo mejor suerte y pudo regresar a casa.

 El maestro Rade mantiene, en su rostro y sus gestos, algo de niño. Fue un buen estudiante. Su fuerza de voluntad la demostraba a diario recorriendo, en bicicleta, más de doce kilómetros para ir y volver de la escuela. Presidente de la asociación juvenil de su aldea, se ocupó de la biblioteca pública. Captó para sus baldas cientos de libros y no menos lectores. Pero el maestro Rade no lo es por su afición lectora, actoral u otras muchas facetas relacionadas con la horticultura o el conocimiento de la ornitología; sino por ser el sastre más reputado de esta amplia zona que baña el Danubio. Es más, yo diría, le digo a él, después de horas de escucharlo en diferentes puntos de Veliko, entre ellos, su propia casa, que se me ocurre que es el más veterano en activo sastre de toda Serbia. Él duda en negármelo, pero ante mi insistencia dice, sabia y estoicamente, «quizás, quizás no quede nadie en la profesión tan viejo como yo». Yo sustituyo la palabra «viejo» por «veterano», y le añado la de maestro. «¡Qué más da! nadie nos escucha» me responde riéndose ante mi insistencia. Pero entonces veo que se entristece un poco. «¿El más viejo de Serbia y quizás de España? ¿Cuántos años tiene Amancio Ortega?» El maestro Rade sabe que soy español, que soy gallego, que soy de Coruña y, por tanto, coterráneo de uno de sus dos dioses: el primero Amancio Ortega y el segundo el Real Madrid. «¿Amancio Ortega es mayor que yo, porque si no yo también sería el más viejo sastre de España?». Y cuando me lo dice, el maestro Rade mira hacia otro lugar como si no fuera él sino una voz en off quien lo pregunta. Retraso mi respuesta porque siento defraudarlo. Al final, le aseguro que su compañero gallego es un poco mayor que él, nació en el año 1936. 

Un ídolo

El maestro Rade, siempre muy discreto, me somete entonces a un interrogatorio cuando descubre que conocí a su ídolo personalmente y visité con él su centro matriz. Nada le satisfaría tanto como estrecharle la mano al compañero y recorrer aquello que él denomina como Vaticano (aún siendo un laico ortodoxo). En ese encuentro le regalaría al «gran maestro Ortega», como él lo califica, su cinta de medir, el objeto más cercano con el cual ha convivido desde que, a los catorce años, lo enviaron sus padres a ser aprendiz de, por aquel entonces, un muy reputado sastre. Tres años pasó con él aprendiendo el oficio, y ahorrando para poder comprar una máquina de coser. En el año 1954, el maestro Rade pudo hacerse con la famosa Singer. A los escasos ahorros, añadió lo recaudado con la venta de un buey y de muchas escobas de paja. Siempre fue muy atrevido. Tanto que llegó a instalarse por su cuenta. Durante quince años las gentes de Pozezeno y sus alrededores lucieron las ropas confeccionadas por él. Y como su fama se extendió, en el año 1969 fue solicitado por la entonces famosísima fábrica textil yugoslava Moda instalada en Veliko Gradiste. Para el maestro Rade fue su primer triunfo. En Veliko, en el año 1956, se había casado con Slobodanka, apenas una niña de dieciséis años. Él había cumplido diecinueve. Aún siguen bailando como aquel día. Para pagar aquel multitudinario convite tuvieron que vender un terreno. El maestro Rade tuvo dos hijas y cada una de éstas tuvo, a la vez, otras dos. También ahora tiene una bisnieta. «Siempre me ha gustado estar rodeado de mujeres», me dice sonriendo. Durante esos años, además de ropa, para ganar un dinero extra con el que poder construir la casa familiar, elaboró miles de mochilas, bolsos, monederos y carteras. Nunca ha habido horario en la vida del maestro Rade pero, por aquellos años, el tiempo de trabajo era mucho mayor que el de hoy en día. Su fama creció. En el año 1974, unos antiguos compañeros de la fábrica Moda lo llamaron para que se fuera con ellos a París. ¡Nada menos que a París! Jamás lo dudó. El pueblo lo despidió con honores. Él asumió entonces la responsabilidad de no decepcionarlos. El maestro Rade siempre fue muy humilde, pero no tanto como para matar su orgullo de trabajador, buen profesional y portador también de la dignidad de sus conciudadanos.

La vida dura en París

Por todos estos motivos dijo ¡sí! de inmediato. Partió con su mujer dejando a sus dos hijas al cuidado de los abuelos. Se instalaron en un insignificante ático de los Campos Elíseos. El maestro Rade, cuando acababa su demoledora jornada laboral en el barrio parisino de Belleville, se llevaba trabajo a casa. Su mujer lo ayudaba cosiendo los botones y las cremalleras. Le pagaban por el número de prendas terminadas, por eso Slobodanka y él no paraban. Del primer sueldo, el maestro Rade se compró una máquina de coser Mitsubishi para poder trabajar en el cuarto de dos por dos metros cuadrados. Hacía mucho frío en París. Compraron una alfombra para cubrir el suelo helado y ese mismo utensilio les sirvió muchas veces de manta. París, un frente de batalla por la vida. El maestro Rade recuerda aquellos tiempos con nostalgia a pesar de las grandes dificultades. El progreso material y laboral en París vino poco a poco, pero la ausencia de las hijas los hizo regresar antes de lo previsto. ¿Qué hubiera pasado de haberse quedado? ¿Hubiera trabajado finalmente para una firma importante? ¿Sería hoy famoso en París? Lo que realmente le conmovió al maestro Rade fue el recibimiento caluroso de sus vecinos. Alguien de los suyos había trabajado heroicamente en la capital de la moda y, a su manera, había triunfado. El maestro Rade se incorporó de nuevo a la fábrica Moda y, a sus muchos saberes, añadió el de mecánico de esas máquinas de coser que, de tanto uso, se estropeaban continuamente. Y de la misma manera que arreglaba esos fallos de la última tecnología, procuraba hacer lo mismo con los fallos humanos: los vislumbraba a tiempo y los corregía antes de las nefastas consecuencias. Durante esos años el maestro Rade tuvo quizás, el encargo más importante de su vida. Hizo un abrigo de piel para la señora Jovanka Broz, la esposa del Mariscal Josep Broz Tito, presidente de Yugoslavia. 

A lo largo de la conversación (ayudados por su nieta Ana, que fue la encargada de la primera tienda de Zara en Belgrado) ha repetido un montón de veces la palabra «savrseno» que quiere decir «perfecto». Su trabajo siempre ha sido la búsqueda de la perfección. «Cualquier trabajo, por humilde que sea, debe estar encaminado a la búsqueda de la perfección», me dice con una fe inquebrantable. En el año 1980 el maestro Rade, muy a pesar de los directivos de la empresa Moda, dejó la fábrica para abrir un comercio propio en Pozezeno. En nada varió su vida, trabajo y más trabajo bien hecho. Recibía encargos de todo el país, pero los problemas de salud lo obligaron a jubilarse en el año 1992.

 ¿Jubilarse el maestro Rade? Desde entonces elige los encargos que más le gustan y los lleva a cabo en el taller de su casa de Veliko Gradiste. Le encanta, por ejemplo, hacer uniformes militares y es así como la comisaría de policía de Veliko Gradiste le encarga habitualmente la vestimenta oficial para sus empleados. El taller del maestro Rade es una romería pues, conociendo su bondad, también acuden personas menos pudientes para que les arreglen sus gastados pantalones o las faldas pasadas de moda. A todos atiende con el mismo entusiasmo y dedicación. Hasta altas horas de la madrugada se puede ver una luz que brilla desde la ventana de su taller y escuchar la música que sale de su radio. Incluso al maestro Rade le gusta cantar acompasado con el ruido de una de sus dos máquinas de coser. Mientras tanto, a escasos cien metros de su casa, el gran Danubio sigue su curso impenetrable. 

El hambre y la guerra

Pero a veces el maestro Rade se ausenta del taller y se marcha a cuidar sus huertos a las afueras de Veliko Gradiste. Todo lo que come, vegetal o animal, lo ha plantado y cuidado él con sus manos. El maestro Rade, sin saberlo, pertenece a la sabiduría védica que dice que no hay que comer nada que uno mismo no haya sembrado y cosechado con su propia mano. También se lo hace cumplir a su familia cuando son huéspedes. Precisamente este saber campesino los libró del hambre en tiempos de guerra. Tiempos de guerra demasiado habituales en los Balcanes a lo largo de todos los siglos y también, especialmente, durante el veinte. 

Las guerras son el peor recuerdo para el maestro Rade. Todas las guerras, pero especialmente las civiles donde incluso los familiares se enfrentan. Añora a la ex-Yugoslavia, a su verdadera patria cercenada. Cree que, entonces, vivían mejor, había más ilusión, eran un gran país reconocido en todo el mundo. Pero él siempre superpone la alegría a la tristeza. Se monta de nuevo en su bicicleta, da por terminada la conversación y emprende su pedalear hacia los huertos de maíz recordándome la promesa de que, algún día no muy lejano, en Coruña, recorreremos juntos, con Amancio Ortega, los grandes talleres que él imagina como un Vaticano. «¡Ah! y mándeme un billete de la lotería de Navidad. Si tocase, entonces sí que tendríamos asegurada la visita».