«Nos gusta recordar que el arte puede encerrar perversión»

EXTRA VOZ

cesar delgado

Los autores de la saga de la detective Valentina Negro desvelan las claves de su última novela

26 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Son un tándem invencible al retratar personajes con dos vidas, situaciones límites y suspense. Nieves Abarca, historiadora, y Vicente Garrido, psicólogo especialista en perfiles criminales, llegan a las playas este año con El hombre de la máscara de espejos. Con esta novela cierran una trilogía que empezó con el bum de Crímenes exquisitos y siguió con los excesos de Martyrium. Y como siempre, en ella se habla de belleza, poder y mucha, mucha maldad.

-¿Qué es primero, el poder o la maldad? ¿Van juntos?

-Vicente Garrido. La búsqueda del poder en sí mismo no tiene por qué ser un aspecto negativo. Hay gente que le gusta estar en posición de privilegio y de alguna manera prestar un servicio a lo que podríamos denominar el bien común. El problema es cuando la búsqueda del poder está por encima de todo, y ahí se convierte en una obsesión. En ese caso, sí que está profundamente vinculado a la maldad, porque ese poder se utiliza para destruir a los demás. En las novelas policíacas eso implica normalmente asesinatos y depravación. Entonces, es el mismo sujeto que ansía ese poder el que lleva ya implícito esa maldad porque ese poder no tiene cortapisas, lo ansía por encima de todo, ya no hay la inhibición moral de la conciencia. Tras esto, contestando a la pregunta, creo que son simultáneos, que cuando la búsqueda del poder es una obsesión, la maldad es un germen que está implícito en el anhelo del sujeto.

-¿Puede darse el caso de maldad sin búsqueda de poder?

-V. G. Si entiendes el poder sobre los demás en un sentido amplio, tener posición, prestigio, puede ser diferente... pero en cierto sentido la maldad siempre va unida a que tú dominas al otro. Es un poder íntimo, personal, que no trasciende.  En la medida que hablamos de la maldad como un acto de violencia si tú la ejerces sobre otro y sales victorioso, tú te sientes reforzado, lo has dominado. Eso es poder. 

-¿Se puede ser poderoso sin tener un punto de «maldad», en el sentido de disfrutar de ese poder que ejerces?

-V. G. En ese caso no usamos la palabra poderoso. Hablamos de autoridad. De carisma. De liderazgo. Aunque haya poder, pero para diferenciarlo, quizá, de ese concepto peyorativo, hablamos de una persona que es un prohombre, un líder... Cualquier persona que esté en una posición sobresaliente para influir sobre los demás es una persona que tiene poder.

-Sus personajes «malos» son poderosos y sofisticados.  ¿Creen que es así en la vida real? 

-Nieves Abarca. No todos. Pero en nuestras novelas pretendemos que haya un contraste entre el lujo, la exquisitez y la depravación. Eso crea un choque en el lector que lo obliga en sentir un placer perverso en lo que está leyendo. Un placer culpable. Por eso ponemos a nuestros poderosos como exquisitos o con ciertas ínfulas artísticas, porque todo eso crea una dicotomía que hace que la novela sea distinta a las demás.

-V. G. Cuando el lector se identifica con gente poderosa, que además tiene capacidad para cometer actos criminales y atroces, tiene un sentimiento de extrañeza, porque en general las personas que gozan de dinero y poder no aparecen villanos, que están más asociados a la imaginería literaria quizá con el marginado, el outsider, el que ha sufrido y se encuentra en el margen, y de alguna manera se venga a través de esta violencia. Al lector le choca que las personas que gozan de los mejores licores tengan a una chica en una mazmorra: es el shock de cómo la belleza no puede estar asociada a esas acciones. Tú te permites más sentir la morbosidad de la que hablamos si te dejas llevar de la mano de alguien que encarna otras virtudes tan bien valoradas, como el triunfo. Te cuesta más identificarte con un alienado que sea un sádico sexual. Cuando hablamos de placer culpable, nadie debería sentirse mal, puesto que estas emociones forman parte de nuestra herencia como especie: es la fascinación de observar cómo otras personas traspasan un límite que no está permitido. Hay un fenómeno de fascinación que es universal, como cuando pasamos por delante de un accidente y te paras, o miras. Tu código genético te dice «allá donde haya crimen y violencia, fíjate bien, porque te va a servir para protegerte».

-¿No generan esos malos un sentimiento de «vaya, no era tan bueno... mucho dinero y mucho lujo pero era mala persona»,  que esconde cierta mezquindad y envidia? 

 -V. G. Cuando la gente siente ese placer culpable no es porque diga, ¡qué bien, destripar a alguien! pero si vas de la mano de un poderoso que tiene licencia para todo, sí que hay una cierta identificación, porque en el fondo una persona que puede hacer lo que le dé la gana para mucha gente es un imán. Fíjate en Hannibal Lecter, que al final a mucha gente le cayó simpático. 

-Hay una parte estética de  esa sofisticación intelectual en los personajes malos que es fabulosa. Esnob pero maravillosa. 

-N. A. Sí, eso se busca. Como el contraste entre los protagonistas buenos y los malos sofisticados que hacen las aberraciones. Te sientes más identificado con Valentina, con Sanjuán...

-¿No son demasiado buenos sus buenos? Valentina, por ejemplo

-V. G. Valentina empieza pegándole a uno una paliza de muerte. Que si no llega a intervenir Bodelón mata al sospechoso. Alguien demasiado bueno sería capaz de controlarse y decir «no voy a convertirme en la misma persona que él».

-N. A. Creo que son gente normal. No los vas a poner haciendo pequeñas mezquindades.

 -Pero eso les daría más humanidad.  

-V. G. Hay pequeñas mezquindades. En Crímenes exquisitos Sanjuán es mezquino, no es capaz de estar a la altura de Valentina, se acuesta con su segunda mujer cuando la ve...

-N. A. En Martyrium es algo mezquino, «si me pagan mucho dinero»... se deja comprar... 

-Valentina...

-N. A. En la novela negra es muy fácil caer en el cliché de policía atormentado en el abismo. 

-V. G. Y algo de eso hay con el personaje del policía escocés, que cuando encuentra a una pareja que lo podría sacar del pozo, renuncia. Es un sacrificio por amor.

-La novela tiene muchas lecturas, muchas capas. Siempre hay arte en sus novelas. ¿Por qué siempre hay arte?

-N. A. Nos gusta mucho que el lector sienta el placer del arte y descubra que a la vez el arte puede encerrar mucha perversión. Y nos gusta mucho abrir al lector cosas nuevas. Por ejemplo, en esta última novela nos detenemos en la obra de Valdés Leal, que es un pintor desconocido, y en el cine expresionista alemán; o con los prerrafelitas en Crímenes exquisitos. Y en Martyrium el cine Giallo, el terror italiano, con Dario Argento. Nos gusta el contraste entre el arte y el crimen. Pero en la cuarta novela no va a ser así.

-¿La cuarta novela?  

-N. A. Sí, estamos preparando una que va a ser completamente diferente a las demás. No puedo contar spoilers, pero no vamos a seguir en plan Castle.

-La tercera entrega de la saga de Valentina Negro cierra un círculo, algo muy difícil en asuntos policíacos.  

-N. A. Lo hemos intentado, aunque Martyrium es diferente. Bueno, los tres libros son diferentes, pero Martyrium es el exceso, es pura adrenalina.

-Cuando un libro engancha, también tiene una parte mala: obliga al lector a ir rápido, y es una pena.  

-V. G. ¡En dos días se consume el trabajo de un año!

-En esta novela también hay una madre. ¿Que les hicieron las madres?  

-N. A. ¡Las escenas de mamá...! La de Richi Domingo. Las madres, aparte de ser un poco cliché, las madres dominantes tienen muchísimo que ver siempre en personalidades masculinas perturbadas (risas). Siempre tenemos un toque Hitchcock porque nos gusta mucho su cine, la intriga que es capaz de mantener con cuatro tonterías. Es un homenaje a Psicosis. Es la madre posesiva que tiene mucho que ver en el desarrollo mental de su hijo. ¿Cuántas madres no hemos conocido así?

-V. G. Son referencias conscientes. Las madres de Hitchcock son dramáticamente muy interesantes, porque desarrollan un sujeto dependiente, muy débil, pero engendran el huevo de la serpiente: al crecer con una personaldiad tarada, abortada, pones los cimientos para la perturbación y la insania, y eso está muy cerca del crimen. Pero en realidad si tuviéramos que ser realistas, las madres lo que pecan es de impotencia a la hora de educar a sus hijos: en la vida real los criminales lo son a pesar del esfuerzo de sus madres por sacarlos adelante. Pero eso, cinematográfica o dramáticamente tiene menos interés.

-¿Qué personaje les gusta más?   

-N. A. A mí Valentina Negro. Porque rompe los clichés: está buena, tiene pecho, es inteligente, dispara bien... Todo lo que no debe ser una mujer en una novela porque le molesta a un montón de gente. Nos dicen «no puede ser que una chica española sepa disparar tan bien y estar buena»; eso es muy machista, ¿por ser guapa no se puede tener puntería?

-V. G. Sí, es el personaje central. Nosotros le llamamos la «saga» de Valentina Negro.

-¿Y el que les gusta pero no debería?   

-N. A. El artista [que aparece en Martyrium]. Tengo predilección por Mendiluce [Crímenes exquisitos] y en la siguiente novela igual aparece.

-V. G. En El hombre de la máscara de espejos, creo que Richi Domingo es un gran personaje porque representa el mundo frívolo y superficial, el triunfador que está en todos los saraos, pero puede esconder es río subterráneo, esa lava enfermiza. 

-¿En la cuarta de qué asunto artístico tratan?    

-N. A. Aún no está cerrada, claro, pero va a ser sobre literatura. Una metanovela.