El soberanismo catalán se divide más que nunca antes de la mesa de diálogo

Cristian Reino BARCELONA / COLPISA

ESPAÑA

Toni Albir

Oriol Junqueras y Jordi Sànchez fueron recibidos al grito de «traidores»

11 sep 2021 . Actualizado a las 23:59 h.

La Diada empezó mal para los intereses de los independentistas, ya que Oriol Junqueras y Jordi Sànchez fueron recibidos al grito de botiflers y «traidores» en el Fossar de las Moreras, un enclave de culto para el soberanismo con un monumento que homenajea a los caídos de 1714. Y acabó aún peor con un discurso de la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, en el que cargó con todo contra la vía de diálogo del Gobierno catalán y con protestas violentas ante la Jefatura de la Policía Nacional en Barcelona. Lo que el propio movimiento secesionista calificaba como «revuelta de las sonrisas» hace tiempo que pasó a mejor vida. La Diada del 2021 será recordada como la del desánimo, la discordia y la que consiguió sacar a menos gente a la calle desde el 2012, año de inicio del procés y cuando la ANC cogió el mando del soberanismo en lo que se refiere a las movilizaciones. El independentismo escenificó hoy que está dividido, enfrentado y sin rumbo unitario. Tiene la mayoría social y parlamentaria. Pero a día de hoy no sabe qué hacer con ella, más allá de gobernar la autonomía e ir tirando sin una estrategia común para hacer la independencia, que los tres partidos con representación parlamentaria y que dan apoyo al Govern, Esquerra, Junts y la CUP, ponen como objetivo de manera retórica.

Decenas de miles de personas, unas 108.000, según la Guardia Urbana, y unas 400.000, según datos de la organización, participaron en la manifestación organizada con motivo de la Diada de Cataluña. Se trata, según la ANC, entidad convocante junto a Òmnium Cultural, de la mayor protesta en la Unión Europea celebrada en tiempos de pandemia. Fue una protesta nutrida. Pero las cifras están muy lejos de los mejores registros del nacionalismo en la Diada. Hace dos años, en un contexto de normalidad, se manifestaron 600.000 personas. En el 2018, salieron a la calle cerca de un millón de ciudadanos, siempre de acuerdo a los datos aportados por la Guardia Urbana de Barcelona.

Asistió buena parte del Ejecutivo autonómico, con Pere Aragonès a la cabeza, así como los principales dirigentes de los partidos independentistas. Por primera vez desde su encarcelamiento, asistieron también los nueve líderes del 1-O condenados por el Supremo e indultados por el Gobierno. Los políticos, eso sí, no ocuparon lugares destacados en la cabecera de la marcha, que llevaba una pancarta con el lema: «Luchemos y ganemos la independencia».

Gritos de «botiflers»

Algunos de los excarcelados escucharon gritos de botiflers y «traidores». No debe de ser agradable estar casi cuatro años en prisión por desafiar al Estado y recibir una pitada y gritos de traidor nada más salir del penal. La marcha transcurrió sin incidentes, hasta que la cabecera se cruzó con una protesta de unos 50 independentistas ultrarradicales, convocados por un grupo llamado Donec Perficiam, una escisión de la ANC, que se hizo con la cabecera de la manifestación durante parte del recorrido, al grito de «traidores» para todos los demás. División sobre la división.

Las organizaciones convocantes hicieron un balance triunfalista, pues durante las últimas semanas temieron un pinchazo absoluto. Pero consideraron que habían salvado los muebles de la participación y hasta sacaron pecho. «Hemos llenado, que se jodan en España», dijo el presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia, obviando que hace tiempo que en el resto de España el resultado de la Diada ha dejado de tener la trascendencia política que tuvo durante los años del procés.

El discurso más esperado era el de la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, que representa las esencias del independentismo unilateralista, y, como era de esperar, arremetió contra el Gobierno catalán. «Hace falta liderazgo institucional», afirmó. A Pere Aragonès le pidió que deje mirar al Estado esperando «concesiones», porque estas no llegan nunca. Y citando a su antecesora, Carme Forcadell, remató: «President, haga la independencia».

Aragonès temía una encerrona, pero salió con pocos rasguños del 11S, aunque tiene que tener en cuenta que su vía dialogada tiene una fuerte respuesta en el secesionismo. La Diada ya no tiene la capacidad de alterar la agenda política, como sí la tenía durante los mandatos de Artur Mas y Carles Puigdemont. Existe una división entre la calle y las instituciones y también entre los partidos. La línea divisoria está entre los que defienden la vía del diálogo con Madrid y los que reclaman la vía unilateral, sin que se sepa ni concreten a día de hoy qué quiere decir.