Cuestión de forofismo

Tino Novoa EN LA FRONTERA

ESPAÑA

23 ago 2016 . Actualizado a las 07:51 h.

La política tiene un componente pasional que a menudo nubla el juicio. En el ombliguismo característico del ser humano, acentuado en quienes se sienten en la cima del mundo, nos gusta vernos como individuos racionales, que observamos la realidad, la analizamos con criterio, reflexionamos fríamente sobre las alternativas y acabamos eligiendo la mejor opción. Si así fuera, tendríamos Gobierno desde hace meses, porque eso es lo razonable y es la conclusión a la que llegarían todos, con independencia de su orientación ideológica. Es la racionalidad que se impuso en la transición, pero que se ha diluido hace ya mucho tiempo. Se ha perdido el pragmatismo que imperó entonces, ese que partía del reconocimiento de que la realidad es compleja, que los intereses son múltiples y variados, a veces incluso contradictorios, y que el objetivo no es tanto intentar ganarlo todo como encontrar el punto en el que la suma de lo que obtiene cada uno, es decir la ganancia del conjunto, sea la máxima posible. Para conseguir eso hay que partir de reconocer la legitimidad de los intereses particulares de cada uno, lo que invita a ceder en los propios.

Nada de ese espíritu queda en la política actual. Cierto que la situación no es equiparable, ya que la emergencia del tránsito a la democracia no se puede comparar con un estado de interinidad política en el que, no obstante, las instituciones funcionan. Lo grave es la quiebra de un principio fundamental, el de que es necesario buscar puntos de encuentro para preservar lo importante desde el respeto al derecho a la diferencia y la discrepancia. Pero hace años que la política española ha vuelto a las banderías tan típicas, y dañinas, de nuestra historia. La política se ha convertido, como el fútbol, en una cuestión de forofismo en la que al otro se le niega el pan y la sal, y, por supuesto, la razón. Se busca el triunfo por cualquier vía tanto como el derribo y la humillación del contrario. Una perspectiva que hace imposible el diálogo. Y ya se sabe que sin diálogo no es posible la democracia.