Irresponsables

Tino Novoa EN LA FRONTERA

ESPAÑA

24 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Al final, lo determinante son siempre las personas. De poco sirve darle a alguien la mejor herramienta si no sabe usarla. De poco sirven las mejores leyes si quienes han de cumplirlas y hacerlas cumplir buscan prioritariamente la forma de saltárselas. La democracia, en realidad, es más cuestión de hábitos que de estructuras, de conciencia que de normas. Quizás sea por eso que el país de mayor raigambre democrática sea precisamente aquel que carece de una constitución escrita, el Reino Unido. Y eso es lo que falla en España, que aún no hemos interiorizado suficientemente principios democráticos tan básicos como el respeto al espíritu de las leyes, las instituciones y, sobre todo, al interés general, que debe primar siempre sobre cualquier otro. Estas lagunas explican desde la extensión de la corrupción hasta el esperpento que vivimos. Más de un mes después de las elecciones, ningún partido, absolutamente ninguno, ha dado un paso hacia la formación de Gobierno. En todo este tiempo, aún no ha habido una reunión formal para empezar a hablar de pactos. Puede comprenderse que haya dificultades para llegar a acuerdos, e incluso de entendimiento. Pero primero hay que intentarlo, y eso no ha ocurrido. Porque lo que hay es una absoluta falta de voluntad política. Y, dadas las difíciles circunstancias del país, supone una grave irresponsabilidad de sus dirigentes que pone en cuestión su cultura democrática.

Los ciudadanos los han elegido no para que elaboren todo un catálogo de líneas rojas, sino para que encuentren soluciones nuevas a al menos dos problemas: una recuperación económica inclusiva, que no deje en la cuneta a buena parte de los españoles; y la disolución de un desafío como el de los secesionistas catalanes desde el respeto a la ley y la diversidad cultural del país.

Pero nada se ha avanzado en este sentido. Ni Rajoy ni Sánchez han dado un solo paso al frente. Cada uno hace sus cálculos interesados y se atrinchera en sus posiciones para no perder opciones de poder. Aunque con ello tengan las instituciones paralizadas y a sus partidos secuestrados. Y si a aquellos sus ambiciones personales les nublan la vista, quizás deban ser los partidos los que se sacudan la obediencia debida y busquen otras fórmulas para cumplir con su obligación de promover el interés general. Aunque para ello tengan que remover ciertos hábitos, propios de otras épocas y de otras circunstancias.