Pedro Sánchez quiere desatrancar el PSOE

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

15 feb 2015 . Actualizado a las 04:00 h.

Advertidos estamos todos de que este 2015 será un año de grandes sorpresas e infartos, pero no solo por las interminables jornadas electorales de Andalucía, las municipales y autonómicas, además de catalanas en septiembre y generales pocos meses después. Mucho más que eso: emoción y vértigo cada semana. Fíjense en tres episodios de estos últimos días dignos de un culebrón político: primero, la pareja Unió y Convergència se coloca al borde del divorcio y votan distinto en las Cortes, algo inédito. Es Convergència, enamorada del soberanismo independentista, la que fuerza la ruptura, según denuncia, despechado, Duran Lleida. Segundo: el dedo de Rajoy va confirmando candidatos autonómicos por goteo -esta semana, Cospedal, y Aragón, Cantabria y Castilla y León-, manteniendo el suspense en Madrid y Valencia, las dos comunidades con más posibilidades de que los populares las pierdan. Rajoy sigue empeñado en construirse un rival político en la figura del primer ministro griego Tsipras, como si sus asesores le hubieran dicho que le servirá para vender la mejoría económica española en contraste con el caos financiero griego. Esa frase machacona -«que los griegos paguen sus deudas a los españoles»- igual le da algún rédito electoral, pero no lo encumbrará ciertamente como un estadista.

Y lo tercero, como no, la teleserie del PSOE, demasiado violenta para niños. Esta semana, Pedro Sánchez se ha puesto el mono de trabajo y las botas altas para bajar al charco y mancharse y ha montado una especie de empresa de desatrancos como un pocero más. Allí donde no se atrevieron ni Zapatero, ni Pérez Rubalcaba, que ya tenían identificado al madrileño Tomás Gómez como gran tapón electoral y organizativo, allí ha ido Pedro Sánchez a desatrancar. Gran revuelo en las primeras horas, dudas públicas sobre todo en sus adversarios, silencio de la andaluza Susana Díaz, al menos por el momento, y al final solo tres críticos: el difunto político Gómez, el valenciano Ximo Puig, que bastante faena tiene en su casa, y la eterna aspirante Carme Chacón, que perdió el tren el verano pasado al convocar Rubalcaba el congreso en el que se eligió a Sánchez. Chacón estaba aún en Miami, donde se había refugiado del temporal catalán.

Poco más: el duelo por el difunto Tomás Gómez le ha durado solo 24 horas a Antonio Carmona, el candidato a alcalde de Madrid, que ya se autopropone para sustituirlo en la secretaría general. Y ahora algunas voces reclamando primarias, cuando no hay tiempo, porque estamos a cien días de las elecciones. Sánchez guarda un valioso as en la manga, que a ver si logra sacarlo: el exministro de Educación Ángel Gabilondo, encabezando como independiente la lista del PSOE por la comunidad. Hombre de gran prestigio intelectual y eficacia política -a punto estuvo de lograr el ansiado pacto nacional por la educación evitado al final por la mezquindad de algunos dirigentes populares-, Gabilondo podría convertirse en una especie de Tierno Galván contemporáneo. Él aceptaría, en contra de la recomendación pública de su hermano Iñaki, siempre que no lo metan en líos de primarias y si no hay demasiado ruido entre los socialistas madrileños. Por eso, los adversarios internos de Sánchez quieren bronca, para ahuyentar a Gabilondo.

Quienes se han quedado helados con el desatranco madrileño son aquellos barones regionales del PSOE que dan mal en las encuestas -léase Aragón y otros tantos-, porque temen una operación similar, aunque es cierto que ellos no tienen, como Tomás Gómez, el escándalo del tranvía de Parla -que disparó su presupuesto de 93 a 256 millones- a punto de atropellarlos judicialmente. La verdad es que Pedro Sánchez heredó un partido con candidatos de escaso nivel, salvo excepciones, y además atrincherados en el aparato. Una herencia que recuerda aquella narración de Javier Arenas al que le dejaron un PP en Andalucía tan antiguo que un militante se lo describía así: «Yo soy de este partido desde 1936». Para echar a correr.