Más cornadas da la vida

Gracia Novás REDACCIÓN / LA VOZ

ESPAÑA

25 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cree el lego en tauromaquia que el oficio de los ruedos es de riesgo. Y la carrera del matador José Ortega Cano (Cartagena, 1953) fue tan pródiga en éxitos -protagonizó una tarde mítica en el coso de Las Ventas en 1982 cuando el victorino Belador fue indultado, único toro al que se le perdonó la vida en la exigente monumental madrileña- como en cogidas. Hasta 24 zurcidos recuerdan en el cuerpo del diestro otras tantas cornadas, una de ellas, gravísima, sufrida en la plaza colombiana de Cartagena de Indias, puso dramático suspense en 1995 a los días previos a su boda con la popular tonadillera Rocío Jurado. Enlace tardío, que pilló a ambos talluditos, supuso, sin embargo, una inflexión definitiva en la vida del matador murciano, justo cuando su trayectoria profesional ya había tocado techo en cuanto a cotización. Años después, sus continuas despedidas y reapariciones afearon su, a juicio de la crítica y el público, merecidísimo prestigio. Por los demás, el matrimonio con la coplera dio un giro a su presencia social, al situarlo como uno de los reclamos preferidos de la prensa rosa. Una condición mediática que se agravó tras la muerte de su esposa en el 2006, precedida de una dolorosa y larga lucha contra el cáncer. El fallecimiento de la cantante chipionera lo dejó noqueado, desorientación en la que profundizó la pérdida de su madre, a la que se sentía muy unido. Todo fueron a partir de ahí excesos patéticos, y problemas con sus cuñados, con sus hermanos, incluso con sus hijos, repetidos hasta la saciedad por el eco machacón de los patios de corrala televisivos.

«El toro más difícil»

El accidente de tráfico con atropello mortal -solo mojó los labios en cava, dice- fue un trágico corolario a una carrera alocada llena de torpezas y despropósitos. Y es que él mismo pudo perder la vida: «Ha sido el toro más difícil de mi vida», aseguró tras salir del hospital. De aquello al juicio solo hubo un escalón. «Estoy pasando un quinario», reconoció entre vista y vista. Ortega Cano comprobaba resignado que más cornadas da la vida que los astados de lidia. Ahora -ah, si prosperase su recurso contra la sentencia- trata de enderezar su tortuoso camino con una nueva pareja, la frutera sanluqueña Ana María, con la que acaba de tener un hijo.