Ya lo decía Groucho Marx: «aquí tengo unos principios, y si no le gustan tengo otros». El tramposo intenta alterar las reglas en función de sus necesidades, y si no lo logra, se las salta. Es lo que pretende Artur Mas. Adelantó las elecciones para congregar en torno a si el voto independentista y afianzar su posición política. Ha fracasado en una cosa y en la otra. Y como los tramposos hacen trampas, ahora trata de apropiarse del resultado de otros para esconder la bofetada que le han dado los ciudadanos. Pero ni así. Porque en unas elecciones que había planteado como un plebiscito soberanista, el conjunto de las fuerzas independentistas han perdido dos escaños y las formaciones que aceptan la consulta, obviando los importantes matices que las separan, retroceden más de dos puntos. Pero incluso así, la aritmética nunca justifica la vulneración de las normas. No se puede obviar la identidad política de Cataluña y la necesidad de encontrar su encaje adecuado en España. Pero en democracia, los cambios se hacen a través de la legalidad, no eludiéndola. Eso es política. Todo lo demás son subterfugios, con los que Mas está llevando a su comunidad a un callejón sin salida.