El problema no son las elecciones

La Voz

ESPAÑA

Solo un cambio de mentalidad cambiará la situación actual

07 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

España e Italia, por fortuna, no han puesto en el puente de mando el cartel de cerrado por vacaciones y tanto Zapatero como Berlusconi, con Salgado y Tremonti al lado, están en la tienda. De Sarkozy y de Angela Merkel solo se sabe que quieren convocar el G-7, y de Trichet, el presidente del Banco Central Europeo, todas las noticias que llegan inquietan. Si Europa no reacciona debidamente y se deja comer las torres económicas de España e Italia, la reina del euro, Francia, puede verse acosada, y el rey, Alemania, podrá ser acorralado. Obama ya denuncia que la situación europea es un problema para Estados Unidos y los asiáticos en vez de hacer declaraciones compran grandes parcelas, ahora baratas, de nuestras economías. «Es la nueva colonización de Occidente», escribe el Financial Times.

La situación está a centímetros de ser dramática mientras en España la política juega a corto. Ana Mato, jefa de campaña de Rajoy, sugiere en conversación con este cronista, que si se ponen de acuerdo Zapatero y su jefe, en vez del 20-N las elecciones pueden celebrarse en octubre. De hecho, no están formalmente convocadas. A Duran i Lleida, que la pasada semana elogió a Zapatero por la decisión de no aguantar hasta marzo, le han entrado las mismas prisas, mientras José Blanco reitera que las elecciones serán el 20-N y que adelantarlas unas semanas más no calmará a los mercados.

Quien crea que con cambiar el nombre del presidente del Gobierno ya se verá la luz del sol, desconoce el maquiavelismo de la ruleta rusa a la que jugamos involuntariamente en esta crisis, que es la peor que conocimos.

Hay cosas que no controlamos y las que dependen de nosotros, por ejemplo seguir consumiendo como si no pasara nada, las modificamos a peor. La retracción de la demanda interna y de la inversión aparecen como obstáculo determinante de la recuperación.

Excesos

El problema inmobiliario de fondo es la gran lacra, con el agravante de que toca a todo el sistema: bancos, industria de la construcción y familias. Los excesos cometidos costará años pagarlos. El Ministerio de Fomento dispone de un estudio donde se advierte que el setenta por ciento de las trescientas mil hipotecas de viviendas que no pueden ahora pagarse no se hubieran pagado nunca, ni siquiera sin crisis. El riesgo bancario de conceder esos préstamos a personas que ganaban poco más que la cuota mensual a pagar era inmenso, pero la idea de que, de pronto, España era rica gracias a la burbuja inmobiliaria, cegó a consumidores, constructores y financiadores. Vivimos un azote de lo público, y es cierto que hubo grandes derroches, pero la deuda privada a refinanciar en el exterior es determinante. Un fiasco.

El problema, por tanto, no son las elecciones, que ya están ahí. El asunto crucial es entender que habrá que reinventar el país: menos funcionarios y más emprendedores; sindicatos y patronales más modernos; menos municipios y mejor gestionados; menos edificios públicos y más contenido; menos aeropuertos con terminal de diseño y más aviones y, desde luego, nada de AVE para todas la capitales de provincia si no hay pasajeros para llenarlos. En definitiva, menos auditorios y más música.

Las elecciones no arreglarán todo eso. Lo resolverá solo un acuerdo de base con mayoría suficiente, bastantes años de trabajo y un cambio de mentalidad, sin duda nada fácil, pero imprescindible. Saldremos, sí, pero solo construyendo un país distinto al que ha hecho agua. Rajoy y Rubalcaba, estén donde estén, tienen, junto con aquellos que quieran apoyar esa gran transformación de España, una responsabilidad histórica muy superior a la que imaginaron el día que decidieron entrar en la carrera presidencial. El sueño de una política española de mayor altura ya es una exigencia popular.