Rajoy aligera y Rubalcaba remonta

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

Unos exigen explicaciones por Camps, y otros, por el caso Faisán

24 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

A pesar de las angustias de los mercados, con tertulianos histerizados que anuncian el fin del mundo cada dos días, hay que reconocer que la política española es un espectáculo de intensa emoción. La dimisión de Francisco Camps el pasado miércoles tuvo un guion digno, por lo menos, de estatuilla Goya: anuncio por la mañana de la decisión de asumir los cargos después de dos años de negarlos, avisos al tribunal de que «ahora mismo voy a inculparme», cierre y reapertura de puertas del edificio ante la espera del coche oficial que nunca llegaría con el presunto confeso, y comunicación tres horas después de la dimisión negándolo todo ante una Rita Barberá compungida pero entera y un Federico Trillo que se dudaba en la escena si era confesor o verdugo. ¡Qué gran guion y qué gran reparto! Solo faltaba en la foto de los abrazos Rajoy, quien, a modo de sujeto elíptico de la acción de derribo de Camps, actuaba por teléfono.

Tras esa función, nuevo escenario: Rajoy aligera carga y, aunque la campaña coincida con el juicio de la trama Gürtel, no es lo mismo ver en banquillo al ciudadano Camps que al Muy Honorable presidente Camps.

Concluido el magnífico espectáculo del miércoles, los segundos actores, tanto del PP como del PSOE, salieron a escena. En el entorno de Mariano Rajoy unos se deshicieron en elogios sobre la mano de hierro de su jefe máximo, aunque tarde meses o años en lograr su objetivo, y otros se especializaron en pedirle al Gobierno central dimisiones por el caso Faisán, del que el fiscal ya ha dicho que «se descarta cualquier colaboración con banda armada». Difícil imaginársela, salvo interés de parte, en policías hartos de jugarse la vida contra la banda. Mientras, los socialistas irrumpieron para advertir que el método Rajoy de conseguir objetivos dejando pasar el tiempo no es el más adecuado para gobernar un país que por las turbulencias financieras necesita decisiones en días o en horas.

Por ahí va la guerrilla dialéctica, pero lo importante es el nuevo guion de las estrellas. Y hoy, objetivamente, Rajoy ya no lleva la mochila de piedras valencianas, tiene al mando de aquella dividida tropa a un joven apuesto que nunca contrató nada con Gürtel desde la alcaldía de Castellón y que anuncia transparencia y diálogo en las sombras de Camps: facilitará las facturas que su antecesor negó y recibirá a los familiares de las 43 víctimas del metro valenciano que Camps incomprensiblemente ignoró. Cuesta creer que un accidente así pudiera borrarse de la memoria de los políticos y los medios en Galicia, Aragón o cualquier otra comunidad, lo que prueba el férreo sistema gestionado por Camps. Basta escuchar a Eduardo Zaplana, su mentor y promotor político: «El día que fue elegido presidente, cambió su número de móvil y nunca más me lo dio». Años después, como en la guerras de moros y cristianos, zaplanistas y campistas siguen enzarzados en Alicante con manifiesta desbandada de los primeros.

27 de noviembre o 4 de marzo

Rajoy está mejor que estaba, pero Blanco asegura que Rubalcaba también. «Se nota en la calle, y en el partido, la candidatura de Alfredo». ¿Y para cuándo la final? «27 de noviembre o 4 de marzo, no hay otra». ¿Y los mercados? «Como se demuestra en Portugal, las elecciones no resuelven el acoso internacional».

Con Rubalcaba estarán mejor los socialistas, pero en Valencia estos apenas celebran la salida de Camps. «En el cartel es mejor candidato Fabra que Camps», estima Antoni Francés, alcalde de Alcoy, feliz porque es de los pocos supervivientes del PSOE por allí y por la vuelta del histórico Alcoyano a Segunda División. Cree, con todo, que Rubalcaba les dará, al menos, una derrota digna porque la proyección del 22-M en las generales los dejaría por debajo de los cien diputados. Sigue la función.