Desconcertados con ZP y Rajoy

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

Los dirigentes del PSOE y del PP, con una menguada capacidad de liderazgo, han acabado por sorprender hasta a los suyos

09 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Cuando el mundo financiero tiembla durante días solo porque un tipo se ha equivocado al escribir una letra en Wall Street (billions por millions), los liderazgos son fundamentales. Y la primera misión de un líder, si quiere serlo, es no desconcertar al resto de ciudadanos. Por desgracia, los españoles no andamos bien de liderazgos. Jubilada, liquidada, amortizada o arrinconada la generación de líderes de la transición (Suárez, González, Fraga, Carrillo, Solé Tura, Pujol, Roca, Guerra) e incluso Aznar, que según él mismo se perdió el arranque porque estaba preparando oposiciones, el desconcierto es creciente. Dicho sea con todo respeto a sus personas y a su función, Zapatero y Rajoy son menos líderes que la mayor parte de los citados y así lo percibe la opinión pública. Pero, puestos a superarse, en los últimos días ambos han desconcertado incluso a los suyos.

«Creo que no sabemos por donde vamos y el Gobierno lo demuestra a diario. Miren lo que ha pasado con el decreto de retirada de apoyo a la energía eólica», dice un financiero socialista con altas responsabilidades bancarias. «Rajoy da la cara por Camps y se la parte al PP», titulaba el editorial de El Mundo el pasado viernes interpretando un sentimiento detectado en el entorno de Rajoy. Si para salir de la crisis del Gürtel el PP creó un código ético presentado como la solución, las declaraciones de Mariano Rajoy anunciando que Francisco Camps será candidato aunque lo imputen en el caso de la trama corrupta valenciana no pueden menos que desconcertar. Y, peor aún, en plena campaña de reclamar respeto para el Tribunal Constitucional, con varios integrantes de mandato caducado.

Sorprende todavía más esa querencia de Rajoy por Camps cuando el presidente valenciano lo tenía todo previsto para desbancarlo de la presidencia del PP contando con que Núñez Feijoo no ganaría en Galicia y que el PP de Basagoiti se estrellaría. Camps apalabró su entrada triunfal en Madrid, en los cenáculos de la derecha española, para el 13 de marzo del 2009, doce días después de la jornada electoral. Pero Rajoy ganó en Galicia y fue decisivo para formar Gobierno en el País Vasco. Con los primeros rumores ya en la calle, aquel día le preguntaron a Camps, en el almuerzo de la tribuna de Abc, quién pagaba sus trajes. «Mis trajes me los pago yo», respondió. Después se supo lo que supo y por eso se entiende poco que Rajoy siga en el empeño de protegerlo, digan lo que digan los jueces.

Con esas referencias, no es de extrañar que Duran i Lleida, uno de los líderes más sensatos del Parlamento, reclame un Gobierno de concentración dada la gravedad de la crisis. Pueden leerlo en su página web: «En la sociedad se ha instalado una gran desconfianza hacia Zapatero y no acaba de convencer la alternativa de Rajoy».

Mientras la política se debate entre decepciones e iniciativas para salir del atasco, el gobernador del Banco de España es más radical y le pide a Zapatero un «plan a la griega para el país». La economía creció en el primer trimestre una décima -buena noticia, aunque insuficiente-, pero ya se encargará de disimularla la desafortunada política informativa del Gobierno. Para un mes que el paro desciende y que la sufrida secretaria general de Empleo, Maravillas Rojo, no tiene que dar otra noticia desagradable, una serie de graves filtraciones arruinaron ese momento estelar.

Que algo se mueve en positivo en la economía parece cierto, pero la vulnerabilidad del sistema es tan alta que todo puede saltar en pedazos en cualquier momento. Pero lo que más subleva es la deuda-país y sus impagables intereses. Ayuntamientos, autonomías y el propio Gobierno central nos han endeudado sin mesura y no siempre con criterios de eficiencia. Cuando el secretario de Transportes de Obama visitó España quedó impactado con la T4 de Barajas. «Es una obra fantástica, pero nosotros no podríamos pagarla». Y eso que no le enseñaron las docenas de auditorios vacíos por doquier, ni la universidad de cada capital de provincia.