Guerra del agua sin piedad

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

El conflicto por los trasvases ha estallado al día siguiente de las elecciones y amenaza con provocar un peligroso enfrentamiento entre comunidades

06 abr 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

La cita electoral del 9 de mayo resultó ser como un corsé que disimulaba la gravedad de algunos problemas para dejarlos estallar al día siguiente, léase la crisis económica o la extrema sequía de Cataluña, que amenaza con dejar sin agua a la ciudad de Barcelona. Al día siguiente empezó una cascada de quiebras inmobiliarias y de caídas en bolsa, se disparó el paro y estalló una guerrilla entre la Generalitat y el Ministerio de Medio Ambiente que amenaza con escalar de forma peligrosa. El presidente Montilla ha sido rotundo: «El agua la traeremos de donde haga falta». A saber, de Almería, de Marsella, de Amposta, o del Segre. Un colaborador suyo confiesa en el mismísimo Palacio de la Generalitat: «Y si hay que trasvasar el agua del Segre porque no hay más remedio, Zapatero solo lo impedirá con la Guardia Civil, porque Barcelona no se va a morir de sed».

Ahora el Gobierno -a la espera del pacto por la sequía que, al parecer, prepara Zapatero para su investidura- habla de comprar agua para Barcelona a los regantes de la desembocadura del Ebro, que les sobra. Eso sería una solución mejor que la del Segre, principal afluente del Ebro pero con caudal insuficiente, y además dejaría de resquebrajar el tripartito catalán: socialistas e Iniciativa miran al Segre mientras que Esquerra rechaza la opción. Convergencia ha visto ahí la grieta y, en consonancia con La Vanguardia y con TV3, sueña con una desestabilización de Montilla.

A punto de estallar

El asunto es de extrema peligrosidad para media España. Ha coincidido la crisis catalana del agua y la reivindicación histórica de Valencia y Murcia con riadas del Ebro en Zaragoza inundando las obras de la Expo. Ya lo dijo el ingeniero oscense Lucas Mallada, precostista, en su obra Los males de la Patria y la futura revolución española: «Es este un país tan desgraciado que las riadas ahogan los gritos de dolor por la sequía». «Con el agua que desembalsa el Ebro en unos pocos días, y que termina en el mar, se alimenta una gran ciudad un año», insisten los técnicos y los políticos.

Observen la geografía de la guerra del agua: Cataluña, Valencia y Murcia la necesitan. Aragón se niega a cederla y en Castilla-La Mancha se soporta el único trasvase que salió adelante, el del Tajo-Segura. «Hay pueblos en esta comunidad -recuerda el director de la televisión catalana, Jordi García Candau- que no tienen agua para beber, ven pasar un río por su puerta camino de Levante y no pueden tocarla». Cualquier día eso estalla.

Rajoy ha visto bien ahí el filón político y aprieta al Gobierno como adelantando su respuesta al discurso de investidura de Zapatero: «Lo que está sucediendo con el agua en España es un disparate, un esperpento valleinclanesco, pasará a la historia de cómo no se debe gobernar».

El presidente de Murcia, Ramón Luis Valcárcel, está atento a cómo se resuelve el problema para Barcelona, porque podría legitimar el trasvase negado, y advierte: «Lo que no era válido para Valencia y Murcia empieza a ser posible para Cataluña. Pero por encima de cualquier cosa yo soy español y Cataluña es España, así que me parece muy bien que se trasvase. Los socialistas están siendo víctimas de su propio invento».

Hierve la caldera

Pero Valcárcel no solo habló de agua en Madrid y de su interesante proyecto denominado Ciudad de los contenidos digitales, sino que aprovechó para hacer profesión de fe marianista en Madrid delante de Esperanza Aguirre, Acebes, Fraga y la plana mayor del PP. Y ante alguien más: representantes de los medios que combaten a Rajoy día a día, sin tregua, y que ridiculizan a Soraya Sáenz de Santamaría -como en la web Esperanza2012- llamándole «muñequita».

Le vino bien a toda la tropa recordarles que, por más que se empeñen, Madrid no es España y que en provincias, como diría Ortega sin ánimo de ofender y otros dicen ahora con evidente menosprecio, no se respira el mismo aire conspiratorio de los cenáculos de la capital basculados hacia la derecha radical. Rajoy definió ese clima madrileño como «ruido superficial y hasta frívolo».

No lo tiene fácil Rajoy, pero sus oponentes aún no declarados tampoco, por más que en Madrid, si se agudiza el oído, se oye cómo hierve la caldera. Es lo que pasa cuando se emprenden renovaciones.