La opulencia del aire y el espacio

Joaquín Merino MADRID

ESPAÑA

Crítica | Gastronomía COMER EN ESPAÑA: Terraza Porto Rubaiyat Las 28 mesas, de hierro y mármol, son gigantescas, asombra la generosidad de las distancias intermedias y las conversaciones del prójimo no molestan: buen comienzo

05 jul 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

Soplaban vientos del sur y el hombre emprendió viaje. Aquel hombre se llamaba Antonio Machado, poeta universal, y huía de la deshecha España republicana, de la derrota y acaso de la muerte. Otro hombre, a la sazón anónimo, joven y esperanzado -de quien he escrito aquí recientemente- huyó años después, 1951, de la Galicia profunda, las hambrunas y la desesperanza. Se fugó a la tierra prometida de Brasil, después a la Argentina, descubrió junglas y pampas inmensas, tuvo tesón y suerte, dejó atrás los infortunios del minifundio y, en su regreso a España medio siglo después, ya como multiempresario y fundador de un imperio hostelero, ha sorprendido al público español con esa prodigalidad aprehendida del espacio y el aire en junglas y pampas: mesas enormes, chuletones enormes, feijoadas enormes, todo enorme; atrás queda la Galicia ascética a la fuerza. La Terraza Porto Rubaiyat (Juan Ramón Jiménez, 37, Madrid, tno. 913 595 696), último bastión de los Fernández Iglesias inaugurado en Madrid, no se sustrae al gigantismo que es ya marca de fábrica de la casa: a las mesas y sillas de calibre espectacular se suman los toldos a lo Paco Muñoz, las frondas, los cirios que nos alumbran, ya con estalactitas de cera, y que en el lado opuesto al que ocupo parecen llegar a su apoteosis, como si formaran parte del culto a algún santiño, o quizá a un orisha. Y ni que decir tiene que la oferta culinaria no se queda a la zaga, en primer lugar porque la terraza está frente a la puerta del carnívoro Rubaiyat y encima del piscícola y marisquero Porto, beneficiándose de las «ricas preseas» gastronómicas que, sin demora, le llegan de ambos. Por otra parte, mantiene plena vigencia la enormidad de los entrantes habituales, encabezados por el rico carpaccio de setas con aceite trufado y sus mariachis, la multiplicación de los panes y no pocos peces ¿ y la solicitud del amable servicio, que parece empeñado en convertir cada refrigerio en una «grande Bouffe». Y uno, con esta panza. Pero no seamos pusilánimes, hagamos de tripas corazón, cenemos de una vez: para empezar, me lancé cual kamikaze sobre el pulpo a¿feira, y estaba durito y potable, qué bien. Luego le tocó el turno al prodigioso salpicón de marisco, nítido y sabroso en sus componentes, no como otros, y elegí, en calidad de plato fuerte, el baby beef u ojo de bife con patatas soufflés. Por cierto que lo pedí muy poco hecho y la vaquita roja de cartón que viene prendida a la carta como la divisa al toro proclamaba «estoy poco hecha». La idea es excelente, estaba poco hecha indeed, pero no tanto como la pedimos por aquí los carnívoros. Las tentaciones se prodigan en la carta: «nuestros clásicos, entrantes, ensaladas, para los niños, pastas, mariscos, parrilla, horno de barro¿». El bienestar nos embarga al final de la velada, felizmente fresca, aunque, infelizmente, haya que evacuarla a las 12.30 horas, por lógico acuerdo con la Comunidad de Vecinos del inmueble. ¿Solución? Reserve para las nueve, señor lector.