Todos los que seguimos la evolución de la economía y, en especial, de su sistema financiero, vivimos el miércoles una jornada que requiere ser valorada en profundidad. Reflexionaré sobre ella haciendo referencia a cómo fue cambiando sucesivamente mi estado de ánimo a lo largo de ese día: shock, indignación, preocupación, desasosiego y necesidad de reacción.
Sobre los dos primeros estadios no quiero ahora extenderme demasiado. El primero es fácil de entender: de forma pionera se aplica el mecanismo del que se ha dotado Europa para resolver situaciones de «quiebra o de posibilidad de quiebra» de una entidad financiera, y esa entidad es española, es el Banco Popular. La indignación que me provocó creo que es compartida por muchos españoles, al margen de estar o no directamente afectados como accionistas: ni los test de estrés, ni los reguladores, ni los supervisores, ni la propia entidad habían detectado a tiempo esa situación y tomado las medidas oportunas. Al contrario: hasta pocos días antes se nos decía que «la banca española está saneada y el Popular es solvente», palabras textuales de un miembro del Gobierno español. Lo que subyace tras estas reacciones requiere explicaciones y depuración de responsabilidades. Haremos seguimiento de ambas.
Como gallego, inmediatamente me invadió la inquietud de qué iba a pasar con una parte importante de nuestro sistema financiero, dada la implantación que en nuestra comunidad tiene el Popular a través del Banco Pastor que, aunque absorbido por aquel, funcionaba hasta ahora como marca propia, con su ficha bancaria y con determinado grado de autonomía. Si bien una parte de esa duda se resolverá con el tiempo, y veremos los costes de reestructuración por los solapamientos entre el Santander y el Popular-Pastor, otra parte, desgraciadamente, se dilucidó rápidamente: la intención es acabar con el Banco Pastor, como entidad y como marca.
Desaparecerá así una entidad con más de dos siglos de actividad que ha sido un pilar básico en el desarrollo económico de nuestra comunidad, con un arraigo e implicación en nuestro territorio que hacía que todos los gallegos, clientes o no, la sintiésemos como propia. Cae así un bastión de lo que en su día fue un sistema financiero propio, que se adaptaba a la realidad diferencial de nuestra economía a la hora de engrasarla financieramente y la tenía en cuenta. Aunque también es posible que se reduzca con el tiempo la capacidad de actuación de la Fundación Barrié (al perder la parte importante de su participación en el banco), considero mucho más grave para Galicia la pérdida de una actividad financiera singularizada.
Por ello, y aunque no soy partidario de las injerencias políticas en el ámbito financiero, más allá de regular y supervisar, creo necesario que desde Galicia, con nuestro Gobierno a la cabeza, pero entre todos, se haga ver a los nuevos propietarios la conveniencia de mantener una marca y una forma de hacer diferenciada que ha demostrado sobradamente que funciona. Y si sigue funcionando, el beneficio será mutuo.