El gran urdidor de la trama y un hábil encantador de serpientes

La Voz J.A.B.

ECONOMÍA

Conocido por sus cien Armani, fue un advenedizo que hizo tambalearse a la cúpula del PP con una pequeña agencia

28 mar 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

«Yo, al fin y al cabo, soy un don nadie». Nadie hubiera puesto en solfa esta afirmación si Antonio Rafael Camacho Friaza la hubiera defendido antes del 14 de junio de 2001, día en el que la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) intervino Gescartera y destapó el mayor escándalo financiero conocido bajo los Gobiernos de José María Aznar. Una oscura agencia de valores, a través de la cual urdió toda una trama empresarial para desviar decenas de millones de euros, hizo tambalearse durante meses a la cúpula económica del PP. Detrás de ella emergía un desconocido de aspecto anodino al que gustaba combinar sus 100 trajes de Armani con 50 pares de gafas a juego.

El dueño y cerebro de Gescartera nació en 1966 en el humilde barrio madrileño de Usera, pero nunca padeció estrecheces. Su padre y maestro, José Camacho Rodríguez, era un ambicioso empleado de Banesto que marcó el camino a su hijo: escaló a los círculos financieros más selectos de la capital pero, según quienes le conocen, nunca dejó de ser un advenedizo entre los verdaderos expertos.

El pequeño Antonio tomó buena nota. Estudió en el Colegio de los Capuchinos pero, con todo, no fue un buen estudiante. Pese a que se presentaba a sus clientes como abogado, las paredes de su despacho no estaban decoradas con sus títulos. Solo pudo aprobar los dos primeros cursos de Derecho en sus seis años en la universidad. Como si de una premonición se tratase, no fue capaz de superar asignaturas como Derecho Penal o Derecho Financiero. Además, su última matrícula, correspondiente al curso 1990-91, quedó anulada por falta de pago. Para aquellas fechas, Camacho ya tenía otras cosas en la cabeza.

En 1992, con 26 años, fundó junto a su padre Gescartera e inició una huida hacia adelante que este miércoles ha vuelto a dar con sus huesos en la cárcel, y esta vez por un largo período.

La buena vida

Camacho sacó a relucir en esa época su carácter seductor y unas excelentes dotes para las relaciones públicas. Con estas armas, logró forjar durante la primera mitad de los noventa una tupida red de buenos contactos entre políticos, militares, fuerzas de seguridad, religiosos, altos cargos de la Administración y periodistas económicos. La llegada de los populares al poder marcó el despegue definitivo de su negocio. Había alcanzado la vida que ambicionaba desde joven. Y la disfrutó a fondo.?Un BMW, dos Jaguar, un todoterreno, un Mini Morris, dos pisos en Madrid, un chalé en La Moraleja, ocho escoltas en nómina, dos chóferes, 60.000 euros de gastos al mes...

Pero las cosas se comenzaron a torcer en 1999. Su padre falleció y él se separó de su primera mujer. Y la cuesta abajo también fue imparable, pese a que nombró presidenta de Gescartera a una de sus comerciales, Pilar Giménez-Reyna, para aprovecharse de las influencias de su hermano Enrique, entonces secretario de Estado de Hacienda. Todos los amigos y empleados del exitoso joven terminaron por darle la espalda, salvo Laura García Morey, hija del cantante melódico Jaime Morey, que entró en su empresa como becaria y acabó como novia del jefe, responsable del departamento de gestión y acusada de un delito de apropiación indebida.

Camacho estuvo en la prisión de Soto del Real (Madrid) entre julio de 2001 y julio de 2004. Y allí regresó en la tarde de ayer.