Félix Rattia Aponte: «Fui policía en Venezuela, hice cursos con el FBI y la DEA y aquí tuve que empezar de cero»

Rocío Perez Ramos
ROcío Ramos LALÍN / LA VOZ

LALÍN

Miguel souto

Solo pudo convalidar su Bachiller pero sigue estudiando y reinventándose con un ciclo de FP con el que ya está haciendo prácticas en una empresa

27 may 2024 . Actualizado a las 11:31 h.

Dejar toda una vida atrás y empezar de cero siempre es difícil. Es algo que los gallegos de muchas generaciones sufrieron en carne propia ante la necesidad de emigrar, en muchos casos a países como Venezuela o Argentina, donde los descendientes de nuestros paisanos son legión. La mala situación política y económica de Venezuela hace que en estos últimos años a muchos ciudadanos de este país no les haya quedado otra que hacer ese viaje a la inversa.

Félix Rattia Aponte nació en Caracas, tiene 57 años y una vida hecha en Venezuela conseguida con años de trabajo y tesón, Allí, explica, «era policía y ya estaba jubilado de esa profesión y tenía una empresa». El 3 de diciembre hará tres años que llegó con su familia: su mujer, sus dos hijos de 27 y 20 años y su nieto César que es «el tesoro» de su abuelo y la alegría de toda la familia. En pleno invierno, el frío de Lalín y la lluvia no fueron la mejor carta de presentación. La llegada fue dura y reconoce que «me hubiera ido de vuelta a nado».

Lo que lamenta es que todos los estudios que realizó a lo largo de su vida, aquí son papel mojado y no le sirven, No pudo convalidad ninguno salvo el Bachiller y lo que más le pesa es que toda su formación no se valore. Explica que «fui policía de la científica, de la judicial investigando homicidios, perfilando drogas, hice cursos importantes con el FBI y la DEA y siento que puedo dar más de mí, pero aquí eso no me vale de nada. Me decían que solo podría trabajar de vigilante, y tuve que empezar de cero». Algo que es especialmente duro a su edad «porque tú ya tenías una vida hecha, un bagaje detrás y tienes que dejarlo todo. Es demasiado duro». Como cualquier emigrante que llega tuvo que lidiar con la burocracia. «Vas aprendiendo pero todo se hace cuesta arriba, que si el permiso de trabajo, que si el carné de conducir, como que llevas sobre el lomo tantas cosas, que si a no le dijeran todo junto... pero hay que ir aprendiendo las cosas a los coñazos como le dicen allá».

En Venezuela entró en la Policía Judicial con 25 años y estudió la carrera de Técnico Superior Universitario «e hice carrera allí». Lo jubilaron de la policía en el 2014 y «monté una empresa de seguros. La situación fue empeorando y de 14 empleados pasé a dos. Tenía unas fincas, invertí en una cochinera y todo iba para abajo porque no había pienso, no había alimento y luego llegó la peste porcina y tuve que incinerarlos a todos». En la policía trabajaba perfilando drogas, homicidios y comenta que «hay tal grado de delincuencia que es horrible, Algún fin de semana llegué a cubrir 150 muertos en una noche, más que en un bombardeo de una guerra».

Pese al revés de los problemas y lo difícil que resulta homologar los estudios, sobre todo, como en su caso que en España no exista un equivalente exacto a la carrera y los estudios que realizó en Venezuela. Cree que «la única manera de evolucionar y que te vean es que te prepares y estudies». Y con esa idea y sin pensárselo dos veces apostó por continuar formándose como la única forma de seguir avanzando. Tocó reinventarse y en estos momentos está realizando una Formación Profesional Superior de Construcciones Metálicas en el IES Laxeiro. Lleva ya dos años y está haciendo las prácticas trabajando en una empresa de O Carballiño donde construyen las torres de los aerogeneradores. El año que viene «me gradúo», comenta. La mala combinación del transporte público que le obliga a ir y venir desde Ourense haciendo la ruta de O Carballiño-Ourense-Lalín y viceversa. De ahí que durante la semana se quede en O Carballiño. Aunque no tiene nada que ver con lo que haya hecho antes, Félix Rattia está contento y asegura que le gusta construir cosas y explica con pasión cómo se llegan a hacer las torres completas partiendo de unas simples láminas metálicas. Lo que peor lleva es estar solo durante la semana y extraña a la familia y sobre todo a su nieto «que me llama a todas horas para preguntar cuándo vuelvo». Félix destaca que «así como siento en mi ser que mi hogar es Caracas, estando en España, siento en el alma que mi hogar está en Galicia y que Lalín es mi hogar».

En busca de tranquilidad y un futuro mejor para todos

Mirando hacia el futuro, su sueño sería verse dentro de unos años «trabajando, con un buen empleo, con un piso propio y un carro» o «poder tener una caravana para poder pasar los fines de semana» recordando que en Venezuela los pasaba en la playa y poder vivir con tranquilidad sin estar midiéndose y pendiente «de si falta un euro».

Cuando uno deja su casa y su país echa muchas cosas de menos, pero siempre se gana algo. En su caso, al igual que el de muchos de sus paisanos, la tranquilidad de poder andar por la calle de una forma mucho más despreocupada. Es algo a lo que suponemos cuesta acostumbrarse al principio y Félix cuenta que una noche llegó a pegarse un susto y cuando vio que una persona caminaba detrás de él. «Venía atrás y pensé que me iba a hacer algo, pero aquí esto no pasa». Al final se disculpó con el que resultó ser un transeúnte inofensivo, pero en el momento, la situación le volvió a despertar las viejas alarmas.

En O Carballiño, donde reside toda la semana, tiene alquilada una habitación, «el otro día me dejé el teléfono en el supermercado. Al cabo de un rato me regresé para preguntar y allí estaba. Eso en Venezuela no pasa», apunta. Asegura que en Lalín «puedo dar fe de que me trataron bien y no di con malas personas. Allá donde voy, hago amistades y me trataron muy bien». Tiene amigos que confían en él para supervisar y ayudar en la seguridad de pruebas deportivas y campeonatos y compagina su formación con los trabajos que se encuentra ya sea descargar un camión o todo lo que pueda para sostener a la familia. Cuenta que trabaja desde que tenía 16 años y antes de entrar en la policía «trabajé en muchas cosas».

Aquí siente que «puedo dar más» y le duele no poder utilizar toda su experiencia y sus conocimientos que constituyen toda la vida que se labró y que se vio obligado a dejar atrás.

Echa una mano como voluntario de Cruz Roja dando clases de informática

Cuando le habló de aquellos gallegos que emigraron hace décadas y que llegaron a Venezuela con lo puesto, Félix resalta que «emigrar no es fácil, pero tenemos una ventaja y es que ahora emigramos en avión y tenemos un poco de más poder económico y algo de dinero para pasar los primeros meses». Su ascendencia es italiana, es de este país de donde procedía su bisabuelo o algún antepasado más lejano y sus apellidos, y tiene familia en Sevilla. A Lalín llegó por medio de otras amistades y cuenta que después de «averiguar y pesquisar, ver como era el sistema de vida, los alquileres... y me gustó Galicia porque se asemeja a una zona de Venezuela que es Mérida». Cuando de trasladó, apunta, «logramos alquilar un piso y llegamos a la calle B». Cuenta que «fui muy bien atendido por el Concello de Lalín, por el trabajador social, por Cáritas y Cruz Roja» y desde hace dos años es voluntario de Cruz Roja como una manera de devolver la ayuda que recibió en su momento y echar una mano. «Doy clases de informática a los mayores», añade.

Cambio de vida

Su hija, de 27 años, también tuvo que cambiar de vida. «Es licenciada en Aduanas y Comercio Exterior. Tiene un diplomado y una especialización en Venezuela y ella allá era fiscal de rentas y tenía un buen cargo. Aquí trabaja en el restaurante Cabanas», cuenta su padre. Félix solo tiene elogios para el trato que dispensan a su hija y apunta que «la tienen casi adoptada, solo les faltaría que les firme los papeles», bromea. Su hijo tiene 20 años y está estudiando.

En Venezuela, Félix tenía tierras y sus hijos «se criaron en el campo. Teníamos alguna vaca, caballos, sembrados de plátanos y hacíamos queso llanero». Aquí, afirma, «o hago queso porque el de allá no es igual que el de acá». Cree que su hijo lo tendrá más fácil al estudiar ya en España porque sino le pasaría lo que le pasó a él y a muchos otros «que eres tal cosa pero llegas aquí y no eres nada. Los estudios no valen y si te valieran pasaría mucho tiempo hasta poder hacer algo», afirma. Su nieto, que llegó con tres años, ya tiene seis y dice su abuelo que «ya esta todo galleguizado y me corrige cuando hablo». César no se separa de su abuelo y Félix disfruta de la infancia de su nieto y de unos años que siempre pasan demasiado. Los dos pasean por el Pontiñas para ver los caballos, van al parque y juegan juntos.