Monte do Toxo, Lalín, 1927

Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

LALÍN

ED

30 ene 2022 . Actualizado a las 01:55 h.

Escribíamos aquí la semana pasada sobre los nombres de los aeropuertos y como algunos tienen poco sentido. Citábamos, entre otros, el Rosalía de Castro de Santiago de Compostela, que honra a una gran poetisa, pero sin relación alguna con la aviación comercial. Un amigo me ha retado a que diga qué nombre sugeriría yo, entonces. Ya lo decía en aquel artículo, yo preferiría dejar el topónimo de Lavacolla. Pero, ya puestos a darle el nombre de alguien, no tengo duda de cuál habría escogido, y quienes me lean en Lalín ya sabrán en quién estoy pensando: en su paisano, el gran piloto Joaquín Loriga.

Es difícil hacerse hoy una idea de la fama que llegó a cosechar Loriga en vida. La aviación estaba entonces en sus años heroicos y los pilotos eran dioses. Entre ellos, a Joaquín Loriga se le consideraba uno de los mejores del mundo. Por eso De la Cierva lo eligió para la primera prueba importante de su autogiro. Pero, sobre todo, Loriga se cubrió de gloria con el vuelo Madrid-Manila de 1926, que hizo con otros dos pilotos (Esteve y Gallarza) y tres mecánicos, a bordo de tres Breguet XIX. Fueron 18.000 kilómetros a merced de las tempestades de arena, las tormentas y las averías. Esteve tuvo que aterrizar en el desierto de Jordania y anduvo cinco días perdido; Gallarza sufrió un percance en Túnez y otro en Macao; Loriga tuvo que aterrizar de emergencia en China… Al final, solo un avión y dos pilotos llegaron a Manila, y uno de ellos era Loriga.

Pero, en mi opinión, por lo que Joaquín Loriga se ganó su nombre en un aeropuerto gallego es por lo que sucedió después. En Lalín estaban tan orgullosos que le pidieron que fuese a visitarlos y él decidió hacerlo en su aeroplano. Nunca antes había aterrizado un avión en Galicia. Las crónicas de la época cuentan que Loriga apareció sobre el Monte do Toxo a las diez y media de la mañana del 23 de junio de 1927. Hizo unas piruetas que dejaron boquiabiertos a sus paisanos, pocos de los cuales habían visto antes una máquina semejante. Luego aterrizó majestuosamente en la alfombrada tierra de Deza. Como decimos, era el primer avión que se posaba en Galicia en toda su historia. El piloto saltó del aparato y se fue a abrazar a su padre. Estallaban bombas de palenque, y se formó una comitiva hasta Lalín seguida de dos bandas de música que interpretaban el himno gallego. En Lalín todas las casas estaban engalanadas y llovían flores de las ventanas. Siguió un Te Deum en la iglesia, una actuación del coro Os Dezas de Moneixas en la plaza y unos brindis en el consistorio, donde se dio lectura a un sentido telegrama del poeta Ramón Cabanillas. Fue una apoteosis, que Loriga prolongó por media Galicia, volando sucesivamente a Santiago, a Coruña, a Vigo, a Pontevedra… Nunca un gallego había recorrido el país en tan poco tiempo.

Lo que nadie sabía, ni siquiera el propio Loriga, es que aquello era una despedida. Menos de un mes más tarde, en el aeródromo de Cuatro Vientos, un francés le ofreció probar su nuevo modelo de avión, una tentación que Loriga no podía resistir. Al poco de despegar, por causas desconocidas, el aparato se estrelló en tierra, muriendo el piloto casi en el acto. Y Loriga volvió a Galicia, esta vez de cuerpo presente, para ser objeto de una gran manifestación de luto. Sus vecinos habían hecho una cuestación popular para comprarle un aeroplano nuevo. Pero el que se compró tuvo que ser ya de piedra: es el del monumento que se le encargó al gran Asorey y que puede verse hoy en Lalín.