La torre de Babel

FORCAREI

07 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi maestro de Forcarei explicaba el fracaso de la torre de Babel a partir del episodio dos. Por eso sabíamos todo sobre el fiasco constructivo -«si el maestro pedía tablas le subían adobe»-, pero no sabíamos por qué se empezaron a hablar lenguas distintas. Claro que eso, para el maestro, era irrelevante, porque para sacar su conclusión -«no les quedó más remedio que aceptar el fracaso y dejar el cielo para Dios»- le bastaba el episodio dos. 

Recordé estas cosas el sábado, mientras revisaba las críticas y alabanzas que provocan mis artículos. Porque me sorprende que la mayoría de mis leales críticos se dediquen a establecer el tema que yo debería haber abordado y no abordé; a adivinar lo que hubiese dicho sobre ese tema y no dije; y a enviarme textos alternativos que, por ser hipotéticos -«eu ben me entendo», decía mi madre- solo están al alcance del que los escribió. «Esto es la torre de Babel -me dije-, porque cuando hablo de economía discrepan sobre lo que hubiese dicho -pero no dije- de los indultos, para concluir finalmente que la educación española necesita más ciencia y menos literatura.

Tenía yo ocho años cuando le pregunté a mi abuelo -que era cantero- por qué no habían terminado la torre de Babel. Y su explicación fue la más científica: «Ao ceo só se pode chegar subindo por unha pirámide. E para construíla hai que dispor dunha eira cadrada que mida de lado os billóns de légoas que nos separan do ceo. Esa pirámide, con bos canteiros, pódese facer. Pero os sabios babilonios decatáronse de que ese solar non cabe no mundo, que a pirámide esgotaría toda a materia do universo, e que a humanidade sería engulida polas obras. Por iso, cando se rematase a pirámide, non quedaría ninguén para rubila, e sería absurda». Mi abuelo era así, como Heisenberg, que le dabas una fórmula y la convertía en metafísica. Y no volví a preocuparme.

Pero en el trance del sábado volví a interrogarme: ¿será que Dios confundió las lenguas para castigar la soberbia? ¿Será que los babilonios inventaron el inglés y confundieron las lenguas para poder enseñarlo? ¿O será que inventaron la política y empezaron a hablar sin escucharse? Por eso fui al Génesis a buscar la solución. Y el Génesis dice que los hombres, atemorizados por el Diluvio, empezaron a concentrarse en enormes ciudades y altos edificios para protegerse, y dejaron vacía la tierra. Y Dios, para evitar la matraca de la tierra vacía -¿les suena?-, confundió las lenguas y provocó la dispersión.

Quizá a los filólogos no los convenza esta polisémica genialidad. Pero es posible que nuestro orgullo civilizatorio se rebaje un poquito si ve qué viejos son los problemas, y cuán ocultas yacen las soluciones. Porque todo indica que el viejo mito de Babel da algunas pistas sobre la influencia de Madrid -gran Babilonia- en la España vacía; o sobre la conveniencia de escuchar más, hablar menos y leer máis amodiño. ¿Y si no es eso? Pues no pasa nada. Porque echarle un vistazo al Génesis, aunque sea de siglo en siglo, no daña la salud.