El Eibar está festejando por todo lo alto el ascenso a Primera. A lo largo del año se han mostrado como el equipo más regular del campeonato de Segunda. No ha desarrollado un fútbol extraordinario y la mayoría de sus futbolistas son desconocidos para el gran público. Ha sido práctico, constante y eficaz y, lo más importante, ganó una guerra en la que nunca soñó participar.
El Dépor está a un paso de lograr el mismo objetivo, pero las historias del Deportivo y el Eibar han llevado caminos muy diferentes. Existe cierta mística alrededor de Ipurua, ganada a pulso con años y años de fútbol de barro y tentetieso. Aunque parece difícil que alguna vez alcance la magia de Riazor, coliseo en el que fue sometido el Milan de Ancelotti, donde besó la lona tantas veces el Madrid de los galácticos y donde Donato abrió el camino de un título de Liga hace catorce años. Las diferencias en el devenir histórico de un club centenario como el Deportivo y uno que en breve cumplirá 75 años, que tampoco está mal, hacen que las cosas se interpreten en base a claves distintas. Cada derrota del Dépor decepciona más a su afición, acostumbrada como ha estado al brillo de los goles de Bebeto, la zurda de Fran o la solidez de Mauro.
Es por ello que este ascenso es como un parto y que una nube negra parece acompañar al equipo toda la temporada. Pero a pesar de todo, el deportivismo acudirá en masa a Riazor y derrochará ánimos para empujar al Dépor hacia Primera. El año ha sido duro para un grupo que ha sufrido de todo. La Liga se les está haciendo eterna. Llegan justos, cansados de piernas y de mente. Agotados. Necesitan ayuda. Y a buen seguro que la van a tener porque esta afición puede molestarse por el juego y las derrotas, pero nunca reniega de su escudo. Llegada la hora, a pesar de todo, la celebración del Eibar se va a quedar muy pequeña porque es muy difícil querer tanto a un equipo como la afición del Dépor quiere al suyo.