
River Plate doblegó a Boca Juniors en el partido de referencia del fútbol argentino
28 abr 2025 . Actualizado a las 11:32 h.Menos de 24 horas después de que el Clásico del fútbol español encandilase al mundo con su festival de goles y hermoso intercambio de golpes en toda una final, Argentina tomó la reválida. El suyo, calificado de súper en la propia definición, sigue siendo el gran reclamo de un fútbol sudamericano cada vez más olvidado fuera del continente. Y lo cierto es que una vez que se vive desde dentro, a uno se le escapan las razones para explicar por qué en un espectáculo cada vez más homogéneo no interesa que entren en escena los más apasionados de los actores.
El River-Boca se esperaba desde la elaboración de los calendarios. Tocaba primero en el Monumental y se repetirá en noviembre en La Bombonera, donde hace una semana la hinchada de los de azul y oro ya se pasó toda la segunda parte recordándole que en un partido como este ‘'Solo vale ganar''. Buenos Aires acoge a los de Boca y a los de River, pero las suyas son dos ciudades, y dos mundos completamente diferentes. El espectador extranjero puede pensar en las rencillas vecinales de madridistas y atléticos o milanistas e interistas, pero es que aquí no hay espacio común que se comparta. Unos son bosteros y viven en La Boca, un barrio tremendamente humilde. Los otros, Millonarios, residen en Núñez. De los caminitos entre casas maltrechas a las grandes avenidas que hacen relucir a rascacielos. Sería exagerado señalar que Buenos Aires se paraliza por el partido, por su tremenda dimensión y porque existe un sentimiento igual de fuerte por sus clubes en muchos otros “barrios” de la ciudad autónoma, pero sí se enfatiza esa rivalidad hasta máximos. La mañana antes del partido, una de cada tres camisetas desde Recoleta hacia el norte eran de River Plate. Hacia el sur, tenían la banda dorada.
La Avenida Libertador era ya a las 12.00 horas una pasarela continua de aficionados en rojo y blanco. Los visitantes no pueden acudir a domicilio, pero el operativo de seguridad demuestra la dificultad para controlar una pasión que llega a desmesurarse también sin contrincante. Autobuses urbanos con las puertas abiertas y la gente colgando pasan pitando y alimentando una fiesta que ya no parará hasta las 14.30 horas, cuando, a una hora del inicio y tras degustar choripanes o milanesas en la entrada, la afición entra al estadio. Son cinco anillos los que hay que superar antes de alucinar con un estadio Monumental aún en obras, sobre todo en sus pasillos interiores, pero que ya está entre los mejores del mundo.
85.018 personas decretaron la mejor entrada registrada nunca en este nuevo templo. Y la fiesta dejó imágenes sin parangón, sea cual sea el deporte, sea cual sea el país. Esa tan comentada superioridad escénica de los conciertos de Coldplay en la música de hoy es, seguro, inmensamente menor a la diferencia que existe entre el ambiente en un superclásico y cualquier otro enfrentamiento deportivo. Ayuda la organización, que abre cada partido de esta extraña liga argentina con fuegos artificiales. Aunque ayer no hicieron más que decorar una postal para el recuerdo. Un griterío imparable acompañado por un movimiento acompasado que puso a prueba la fiabilidad de las nuevas estructuras. Un caldo idóneo para amedrentar al rival, lo que intentó River dejando salir con unos segundos de antelación a Boca. Aquello de echarlo a los leones nunca había sido tan acertado.
Solo en el homenaje al Papa Francisco antes del pitido inicial se exhibió cierta cordialidad. Con el sonido del silbato, empezó una guerra encarnizada en Enzo Pérez y Rojo, los dos capitanes. Amigos íntimos que se van juntos de vacaciones, que casi se dejan de hablar cuando Marcos decidió volver a Boca desoyendo los cantos de sirena de Enzo y que en el minuto cinco están frente contra frente recriminándose una de las ya muchas patadas anteriores.
Y entre esa tensión y pasión desbordada, apareció el otro sello distintivo del fútbol argentino: el talento. El potrero sigue funcionando a pleno rendimiento, por mucho que ahora sean otros los que le saquen partido antes de tiempo. Para que la exportación temprana y masiva no prive a los millonarios de disfrutar de sus nuevas joyas, apuesta Gallardo por ellos desde bien pronto. Aunque ninguno respondió nunca como Franco Mastantuono. Lo que otrora sería un enganche es hoy un habilidoso atacante que prefiere partir desde banda derecha para perfilarse hacia dentro y lucir una pierna izquierda de las que solo parecen salir en la república albiceleste. Con 17 años le sobró carácter para pegarle a una falta a más de 30 metros de la portería del excéltico Marchesín, que solo pudo ver como el 1-0 se colaba por el ángulo. Allí donde brillaron los trucos de Francescoli, Ortega y Aimar hace ahora magia un Mastantuono al que su gente mima sabedora de que los 45 millones de cláusula no serán impedimento para una pronta separación.
Empataría Boca con más empuje que fútbol y dejaría un momento insólito con la sensación de absoluto silencio en un estadio inmenso y a rebosar. No dura mucho, pues River vuelve a marcar justo antes del descanso para cerrar una primera parte apasionante. En el entretiempo llega desde fuera la confirmación de que el espectáculo es único: “Aquí la gente está loca, salen con cada gol a saltar en los balcones sin camiseta y se abrazan desconocidos por la calle”.
No pasó demasiado con la pelota en la segunda mitad. Lo intentó Boca a su manera, caótica. Y lo defendió River con su mejor arma, el orden. Varias tanganas sirvieron para recalcar esas diferencias coyunturales y para retener un triunfo que terminó por amarrar, además de Armani, una afición que botó sin parar desde el 80 al minuto 100. “Espero que la gente de River tenga un lindo domingo” apuntilló Gallardo en una sala de prensa en la que solo se permitía estar a los periodistas seguidores del club que participaba en cada momento. Cuestión de bandos y, al de Boca le tocará esperar hasta noviembre para su revancha. Pues, por fortuna, hay más de un partido de fútbol como este cada año.