José Luis Oltra: «Un vestuario puede echar a su entrenador»

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Tras dirigir 19 temporadas seguidas en España, el ex entrenador del Deportivo disfruta en Chipre de una nueva experiencia

01 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando le propusieron la idea de iniciar una aventura en el extranjero, José Luis Oltra (Valencia, 1969) podía presumir de ser el entrenador que más años llevaba dirigiendo equipos en el fútbol profesional español. Diecinueve campañas se mantuvo. Hasta que entendió que había llegado el momento de salir de su zona de confort e hizo las maletas para irse a Chipre. La experiencia, hasta el momento, positiva. «He disputado previa de la Champions, previa de la Europa League y fase de grupos, y dos rondas de la Conference League», explica. Además, tiene a su equipo, el Larnaca, tercero y con aspiraciones al título, habiendo logrado nueve victorias consecutivas, quedándose a una de las diez de su etapa con el Dépor. Unos números que, aun sin conseguir que se conforme, sí que le hacen esbozar una pequeña sonrisa.

—¿Por qué ha tardado tanto en irse al extranjero y por qué ahora?

—Hubo un poco de coincidencia. Cambié de agencia de representación. Empecé con la de David Villa (DV7). Y fue él quien me recomendó que viviera la experiencia de trabajar fuera. Él estuvo en Nueva York y en Japón y cree que todo el mundo debería probar. Así que me animé.

—Y acertó.

—De momento, sí. Lo malo es estar sin la familia. Pero es un sitio cómodo para vivir. El clima es bueno, la gente agradable... Tuve un importante hándicap con el idioma, porque yo no hablaba nada de inglés y me tuve que poner a estudiar duro. Pero ha merecido la pena. He pasado de no saber nada a mantener conversaciones individuales y de grupo con los jugadores, sin necesidad de traductor. Otro problema fue que, como Chipre había sido colonia inglesa, los coches tienen todo a la derecha, conducen por la izquierda... Así me pasé un mes poniendo el parabrisas en lugar del intermitente.

—Usted siempre tirando hacia el sol... El Dépor fue una de las escasas excepciones.

—Uno siempre analiza todo antes de firmar. Y, cuando me fui a A Coruña, el tiempo era lo de menos. Me había dicho un amigo que ahí había dos estaciones: invierno y la del tren. Pero me llamaba el Dépor y eso son palabras mayores.

—Apenas estuvo un año y medio, pero parece haberlo marcado como si fuera más.

—En realidad, en A Coruña estuve dos años, porque los niños no habían acabado el colegio y, una vez que me echaron, el 31 de diciembre, nos quedamos lo que restaba de curso. Pero fue un sitio en el que me encontré muy a gusto. El primer año fue sensacional en resultados. Luego, hubo problemas económicos (meses sin cobrar, deuda de la prima de ascenso...) y el equipo no carburó. Pero los chavales, mi mujer y yo hicimos muy buenos amigos, que aún conservamos.

—Pero, usted acuñó la frase de que «en Tenerife disfruté de un ascenso y en A Coruña sufrí un ascenso».

—Sí, pero no porque no lo disfrutara, que también. Pero es que la presión que había era tal... Yo creo que todos éramos conscientes, aunque no se dijera, de que o ascendíamos o el club podía desaparecer. Y, también a nivel mediático, había mucha presión. Que yo entiendo el trabajo de todo el mundo, pero hubo ruedas de prensa duras (se ríe). Luego está la consumación del éxito, la celebración con el autobús por toda la ciudad... Fue muy bonito.

—¿Fue la primera vez que notó de verdad presión como entrenador?

—Ojo, que Tenerife también era una plaza complicada. Pero, claro, el Dépor era el Dépor. Un club que había ganado una Liga, dos Copas y tres Supercopas. Y que después de veintitantos años había bajado a Segunda. Luego, cada partido había un ambiente impresionante en Riazor. Y eso que fue una temporada difícil en su comienzo, con un 4-0 en Alcorcón y otra derrota en Alcoy. Pero bueno, salió todo bien.

—Aquel Dépor era un pelín kamikaze, ¿no cree?

—No. Pero sí es cierto que íbamos a por todos los partidos a tumba abierta. Con los años he aprendido a amarrar un poco más atrás, pero sigo manteniendo esa esencia. Recuerdo que la única vez que el presidente me pegó, digamos, un toque de atención en público fue cuando con 1-1, acabamos perdiendo un partido contra el Betis en Riazor, por una contra. Había dicho que cuando no podías ganar, bueno era un empate. Pues quizá sí, pero yo siempre concebí el fútbol de otra manera. Insisto en que ahora quizá mire más el aspecto defensivo y, sobre todo, la táctica. Antes dejaba mucha más libertad a los jugadores y ahora entiendo que, aun siendo de primer nivel, siempre les puedes aportar algo.

—Habla de jugadores, ¿cuál ha sido el mejor que ha entrenado en su vida?

—Esa es fácil: Valerón. Fue un futbolista que me hizo aprender cosas. Viéndolo jugar y hablando con él comprendí mejor algunos aspectos de su demarcación y su visión.

—¿Y el peor?

—Me suelo llevar bien con los jugadores, porque voy de frente, soy sincero, honesto... Pero hubo uno, Pablo Cavallero, que tuve en el Levante, que se portó tan mal que creo que provocó mi despido.

—Vamos, que es de la opinión de que un vestuario puede hacerle la cama a un entrenador.

—Sin duda. No digo que salten al campo con la idea de dejarse ganar. Pero, yendo por detrás, pueden acabar echándolo.

—¿Qué coche tiene?

—En España, un Mercedes. Aquí, un A3.

—¿Una comida?

—Paella. Por desgracia ya no podré comer más la de mi madre. Y, luego, en A Coruña me enamoré de la famosa tortilla de Betanzos.

—¿Una bebida?

—Agua sin gas.

—¿Cual ha sido la última tarea del hogar que ha realizado?

—Fregar.

—¿Una película?

Gladiator.

—¿Qué tipo de música escucha?

—Un poco de todo, pero, principalmente, música española de los ochenta.

—¿Con qué famoso se iría de cañas?

—Nunca he sido mitómano. Así que me iría con mi mujer.

—Para informarse, ¿prensa, radio o televisión?

—Soy mucho de radio. De escuchar el carrusel. La tele, obviamente, es más completa la información. Pero soy mucho de prensa escrita. En la actualidad, pues me muevo más con medios digitales, pero siempre fui de comprar el periódico. Obviamente, aquí, aunque quisiera, no lo entendería.

—¿Es creyente?

—Sí, sin duda.

—¿Lo más duro que le han dicho en un campo?

—Entre jugadores se dicen muchas cosas, que se quedan en el campo. Como entrenador, no solo escuchas lo de dentro, sino lo de la grada. Pero, sin duda, la situación más desagradable fue en Granada, que se me acercó un tipo, cuando iba con mi hijo, y me llamó cagón. Me dolió por ser mentira, porque nunca fui un entrenador así, y por ir con mi hijo.