Las incógnitas de una inversión multimillonaria en el Mundial de Catar

Ignacio Álvarez-Ossorio

DEPORTES

NOUSHAD THEKKAYIL | EFE

06 nov 2022 . Actualizado a las 15:12 h.

Catar está de moda. A pesar de su limitado tamaño y su reducida población: apenas 11.500 kilómetros cuadrados (los mismos que la Región de Murcia) y tres millones de habitantes (de los que solo un 12,5% tienen la nacionalidad catarí) pronto se convertirá en el primer país árabe en organizar una Copa Mundial de fútbol. Este hito no hubiera sido posible si el pequeño emirato no fuese el primer productor mundial de gas natural licuado, lo que le ha proporcionado unos ingentes recursos económicos que ha aprovechado para convertirse en un verdadero emporio comercial y empresarial. Esta bonanza le ha permitido establecer uno de los fondos soberanos más importantes del mundo, que en la actualidad gestiona un patrimonio de 500.000 millones de dólares invertidos en sectores punteros de la economía europea como bancos, eléctricas, aeropuertos, marcas de lujo, grandes almacenes o medios de comunicación.

Nunca antes un país tan pequeño y tan joven había conseguido organizar una Copa Mundial de fútbol, pero no debe olvidarse que una de las señas de identidad de la política de Catar es, precisamente, patrocinar eventos deportivos de gran resonancia para atraer el turismo internacional y, así, diversificar su economía, excesivamente dependiente de los hidrocarburos. En el pasado ya organizó con éxito el Gran Premio de Catar de moto GP, el GP de fórmula 1, los Juegos de Asia, la Copa de Asia de fútbol, el Campeonato Mundial de balonmano, el Mundial de atletismo o la Copa Árabe de fútbol, por citar tan solo algunos ejemplos.

En los últimos doce años, las autoridades cataríes han invertido la friolera de 200.000 millones de dólares en obras relacionadas con el Mundial de fútbol, incluidos los ocho estadios donde se celebrarán los encuentros, así como un sinfín de infraestructuras para transporte, alojamiento y entretenimiento de los visitantes. Este milagro urbanístico no hubiera sido posible sin la decisiva contribución de cientos de miles de trabajadores asiáticos, en su gran mayoría indios, nepalíes, filipinos, bangladeshíes y ceilaneses, que han sido explotados de manera sistemática, lo que ha provocado miles de muertes y las consiguientes acusaciones de neoesclavismo.

Está por ver si la inversión realizada obtiene los réditos esperados o, por el contrario, se convierte en una losa que lastre la economía catarí en las próximas décadas.

Por el momento, la invasión de Ucrania y la consiguiente crisis energética garantizan que el flujo de petrodólares no deje de entrar a las arcas cataríes. De cara a blindar la seguridad del emirato y garantizar su supervivencia en un contexto turbulento, la dinastía Al Thani ha desarrollado una inteligente política de alianzas internacionales basada no solo en el fortalecimiento de relaciones con Estados Unidos, sino también con determinadas potencias asiáticas como China, India o Japón, precisamente sus principales clientes gasísticos, que están llamados a asumir un papel creciente en la escena internacional en el futuro inmediato.

Ignacio Álvarez-Ossorio es catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid y coautor del libro «Qatar. La perla del Golfo», publicado por la Editorial Península.