Que había deportistas reacios a vacunarse era fácil de intuir. Hace más de un año lo soltó Novak Djokovic, no se sabe si por inconsciencia, por su continuo interés en llamar la atención o por convicción. Pero entre los más de diez mil participantes en los Juegos no había duda de que habría más rechazos. Resulta cuestión de estadística y el negacionismo, por desgracia, puede afectar por igual a atletas que a charcuteros que a diseñadores gráficos. Lo llamativo fue ver a Michael Andrew, un brillante nadador estadounidense y uno de los deportistas norteamericanos de más nivel deportivo que se negó a inocularse, sin mascarilla en la zona mixta. Una imagen entre el desafío, la inconsciencia y la ignorancia.
No hay dos zonas mixtas -esos lugares por los que el COI obliga a pasar, no a pararse, a todos los deportistas después de participar- idénticas a otras. Por el tipo de escenario, por la amplitud, porque unas se celebran al aire libre y otras en espacios angostos, y hasta por el volumen de periodistas presentes. Las de la natación son, sin duda, en las que se suelen producir más aglomeraciones. En ese lugar eligió Andrew -que tendría sus (acientíficos) motivos para no vacunarse contra el covid- comparecer ante la prensa sin mascarilla. De entrada, en unos Juegos Olímpicos sometidos a tal cantidad de normas y amenazas, su postura podía haber sido convertida en motivo de expulsión del evento. Pero, además, llega cuando Tokio (¿alguien se acuerda ya?) dispara sus datos de contagios, por lo que el estado de emergencia sanitaria se prolongará durante más tiempo en la capital y se ampliará a otras tres regiones limítrofes y a Osaka. En la metrópoli el número de contagios el día 29 fue de 3.865 (eran 1.979 justo una semana antes) y de 2.224 como media durante los últimos siete días (el jueves anterior era de 1.372).