El atrevimiento de Emma Clarke

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

DEPORTES

17 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Eres negra, eres pobre, eres fea, eres una mujer, no eres nada». Ese es el ramillete de elogios que le ofrece a Celie su marido en El color púrpura. En cuestión de discriminación, ella tenía la baraja entera. Por eso es difícil imaginarse cómo era, a finales del siglo XIX, la vida de Emma Clarke, la primera jugadora de fútbol negra del Reino Unido. The Guardian narra su historia. Para empezar, el honor de ser una pionera con botas le fue concedido por error a otra futbolista: Carrie Boustead. Durante un tiempo, Carrie fue la estrella. Era la guardameta de un equipo de chicas. Para la época, toda una hazaña bajo palos. El artista Stuart Gibbs la había descubierto buscando material para una exposición. Un artículo publicado por el diario Stirling Sentinel se refería en 1896 a «la dama de color» de la portería. Durante meses, Boustead fue la referencia, marcaba una línea que nunca se había dibujado en este deporte. Pero un antigua fotografía localizada por un colega de Gibbs reveló que era blanca. En cambio, más tarde descubrieron que el South Wales Daily News había reparado en sus páginas en «la chica oscura de la banda derecha». Y esa era Emma. Poco se sabe de ella. Nació en Liverpool, en 1876. A los quince años trabajaba como aprendiz en una confitería. Cuenta The Guardian que se supone que ella y sus hermanas comenzaron su idilio con la pelota en la calle, como tantos niños. Emma debutó con el British Ladies Team en 1895. Después llegó a participar en una gira por Escocia. Al parecer, el fútbol femenino generaba entonces gran expectación y, gracias a los numerosos espectadores que presenciaban los encuentros, las Clarke habrían ganado un chelín por semana, con comida y alojamiento incluidos. En aquellos tiempos era un buen pellizco, sobre todo para mujeres negras y pobres. Ahora sus espíritus se pasean por los escenarios británicos. Porque ellas son la inspiración de la obra de teatro Offside.

Seguramente, la atrevida Emma Clarke tuvo que haber pensado más de una vez aquello que Celie le dijo en voz alta a su marido: «Soy negra, soy pobre, y hasta puede que fea, pero, gracias a Dios, aquí estoy».