Iván Raña se da un homenaje

Antón Bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Kike Abelleira

Acaba sexto en la Copa de Europa de Madrid, en la que corrió descalzo

02 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Todo se había diseñado para tratar de reconocer la impresionante trayectoria deportiva del primer campeón del mundo que dio el triatlón español. Pero fiel a su estilo, a su forma de descifrar algo tan complejo como es la vida, Iván Raña (Ordes, 1979) no se limitó ayer a ser un simple espectador, a emocionarse con el merecido ajuste de cuentas de la federación a una figura trascendental en que el triatlón haya llegado en España a las cotas de popularidad que ha alcanzado en la actualidad. Iván Raña salió a la Copa de Europa de Madrid a hacer lo que ha hecho siempre: dejar su huella. Por eso, arrancó en la segunda transición en cabeza, tirando de un grupo de jóvenes que eran niños cuando el se coronó en Cancún en el 2002, y, por eso, empezó el último 10.000 descalzo. Aún así apretó el paso por el duro asfaltó de las calles de la capital y solo cedió a un suspiro de la meta cuando las fuerzas se le fueron evaporando. Acabó en sexta posición, a casi dos minutos del noruego Kristian Blummenfelt, asiduo de las Series Mundiales.

«Desde que somos adolescentes a los deportistas nos marcan las normas, nos dicen lo que debemos y lo que no debemos hacer... hasta un punto que te llegas a sentir mal tomándote una cerveza. Pero con los años aprendí a hacer un poco lo que me pedía el cuerpo, a disfrutar incluso cuando llegas a la línea de meta en la última posición o te ves obligado a retirarte, a vivir con esa libertad alejada del patrón de otras personas. Al fin y al cabo, solo tenemos una oportunidad para vivir a nuestra manera. Por eso quise correr descalzo». Mientras habla sobre los motivos de un gesto que en pocos minutos inundó las redes sociales, a Iván Raña le vienen a la cabeza las imágenes de lo que había ocurrido dos horas antes. En la línea de salida. Cuando compañeros, amigos, familiares y aficionados al triatlón le brindaron una ovación que le tocó el corazón. «Pensaba que no me iba a emocionar. Después de los Juegos de Atenas -donde era uno de los principales favoritos a llevarse el oro olímpico y acabó a varias leguas del podio- comprendí que ni las grandes derrotas ni los éxitos debían influir de una forma tan profunda en mis estados de ánimo y pase a digerir mejor todas esas sensaciones», razona Raña. «Pero luego aparecen mis padres, mi hermano, compañeros, toda esa gente con la que has compartido tanto... y es imposible que no te afecte. Fue muy bonito».

Durante unos instantes su mente viaja al día en el que se cruzó con César Varela, el entrenador que lo esculpió hasta hacerlo escalar hasta el cielo. Aquellos tiempos de régimen espartano en los que se preparó para explorar sus límites, en los que conoció las rutinas que hoy todavía son el motor de sus ilusiones. «Físicamente me encuentro mejor que hace diez años. Evidentemente no tengo la chispa de cuando estaba volcado en distancia olímpica, pero hoy [por ayer] he peleado con chicos que trabajan a diario para rendir al máximo en este tipo de triatlones. Si no fuese por una pequeña avería en la bici, creo que habría estado cerca de ganar, pero lo importante es que me lo pasé en grande». Palabra de leyenda.