De las vuvuzelas a las armas

Ignacio Tylko SÃO PAULO / COLPISA

DEPORTES

Julio Muñoz

La violencia que se vive en Brasil pone en peligro la armonía del Mundial

11 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Nada más aterrizar en la gigantesca y caótica São Paulo, el enviado especial siente más miedo e inseguridad incluso que en el pasado Mundial de Sudáfrica y en la impenetrable Johannesburgo, ciudad sin ley. En el gran país que creció y se hizo habitable gracias al trabajo inmenso de Nelson Mandela y a su lucha contra el apartheid, el pueblo se volcó con el Mundial. Se trataba de una reválida sin precedentes que aprobó con creces el continente negro. Joseph Blatter, el mandamás de la FIFA, vio cumplido con creces su sueño de hacer partícipe a África del mayor acontecimiento deportivo junto a unos Juegos Olímpicos.

Las enormes limitaciones sudafricanas, las escasas infraestructuras, las obras mal rematadas, la lentitud desesperante de sus gentes y el caos de tráfico eran problemas más llevaderos para el visitante por la sonrisa y hospitalidad eternas de los africanos, que te enganchaban desde el primer minuto en la deprimente Soweto o en el exclusivo y financiero barrio de Sandton. Quizá también la distancia, los cuatro años transcurridos, modifican la perspectiva.

La alegría de aquellas gentes, pobres en lo material pero millonarias de espíritu, y el sonido incesante de las vuvuzelas, no se asemejaban a la tensión que se palpa en Brasil en vísperas del Mundial. Aquí la respuesta social es mayor y los contrarios a la celebración del Mundial están más incontrolados, seguramente también porque los guetos aún separaban de forma lamentable a ricos y pobres en Sudáfrica y en Brasil la mezcla es una constante. «Quien se espere que Río de Janeiro sea Londres está muy equivocado. Aquí tenemos pobreza y no la escondemos», dijo recientemente el alcalde.

En esta tesitura, garantizar la seguridad de las 32 selecciones y de casi cuatro millones de turistas nacionales y extranjeros que el Ministerio de Turismo de Brasil prevé durante el Mundial supone un desafío colosal que tendrá un coste para el país de más de 600 millones de euros y mantendrá a la policía y el ejército casi en estado de excepción durante más de un mes, con 157.000 efectivos desplegados.

Elecciones a la vista

Alerta para los dirigentes de este país inmenso como un continente, con una extensión 17 veces mayor que España, 200 millones de habitantes y unas diferencias sociales alarmantes que causan vergüenza ajena en cuanto se sale del hotel. La respuesta social a la celebración de la Copa es enorme y la presidenta Dilma Rousseff, líder del Partido de los Trabajadores, sabe que lo que suceda durante el Mundial es clave para su reelección en octubre. Está intranquila y ya ha confirmado que no asistirá el jueves a la inauguración del certamen y al posterior partido entre Brasil y Croacia. Quiere evitar que su sola presencia provoque abucheos y algarabías que empañen lo que debería ser una fiesta. Las fuerzas de seguridad están temerosas ante la posibilidad de nuevas manifestaciones violentas provenientes de las favelas.

Brasil está acostumbrado a organizar sin mayores problemas eventos enormes como el carnaval, la fiesta de año nuevo o la visita del papa Francisco, pero sigue siendo uno de los países más peligrosos del mundo, con una tasa de 27 homicidios cada 100.000 habitantes. El plan estratégico lanzado ya en agosto de 2012 identificaba las principales amenazas: hinchas violentos, crimen organizado y amenaza terrorista. No preveía entonces la revuelta social e histórica que sacudió al país en la Copa Confederaciones, considerada el ensayo del Mundial. Cientos de miles de brasileños salieron a la calle para exigir servicios públicos dignos y protestar contra la corrupción y la gigantesca factura del Mundial. La degradación del clima en las grandes favelas genera inquietud

La tasa de homicidios cayó un 40% tras la pacificación llevada a cabo por las fuerzas del orden, pero los policías desplegados en los barrios pobres, violentos y corruptos no reciben la adhesión unánime de los habitantes. Desde la Copa Confederaciones, las señales de alerta se multiplicaron.