Los partidos duran 60 minutos y un equipo debe saber gestionarlos. Las idas y venidas en el marcador son siempre una constante en este tipo de duelos. Administrar las emociones y los impulsos de los jugadores es la mayor prueba de la madurez competitiva de un grupo cuando las condiciones son límite. El partido se torció demasiado pronto fruto de los aciertos de la portería francesa pero una vez más tuvimos carácter para rescatar la nave cuando se atibaba el abismo demasiado pronto. Mediada la primera parte, y con un parcial para los franceses de 10-5, supimos una vez más rehacernos y con el efecto sorpresa del juego, con dos pivotes, endosarles en el resto del período un parcial de 8-1. La defensa funcionaba y la portería aportaba. Verlo para creerlo, es todo lo que podíamos exclamar.
Superada la crisis, y cuando la tranquilidad y los vientos nos acompañaban, volvimos a tomar malas decisiones y demasiadas prisas a la hora de seleccionar el lanzamiento. Parecía que el destino se aliaba con nosotros pero un equipo que no es capaz de ganar con suficiencia las superioridades, incluso contra 4, lo normal es que lo acabe pagando. Así fue. Desgraciadamente el equipo técnico tampoco estuvo muy fino en la rotación de los jugadores y dejó a merced del destino el empecinamiento de algunos por resolver por la vía rápida un partido que lo tuvimos en nuestra mano y no nos hicimos merecedores a la vista de los hechos. Verlo para creerlo en este nivel competitivo.
Una pena. Pero la grandeza del deporte es que siempre se aprende más de las derrotas que de las victorias. Esperemos que sea así y podamos luchar por un tercer puesto. Sería una gran recompensa.