Durante tres sets, al gran partido de Nadal y Djokovic le faltó la igualdad que se esperaba, con mangas francas de uno u otro lado. Rafa tuvo muy claro su planteamiento ante un rival errado hasta el cuarto set. El serbio suele hacer daño con su revés cruzado hacia el drive del mallorquín, al que así suele sacar de la pista y desgastar. Solía usar esa arma en los partidos con Rafa, pero ayer, tras los dos primeros juegos, lo olvidó. El revés paralelo del número uno mundial pierde efectividad porque el español juega más cómodo en esa zona de la pista.
Nadal, en cambio, jugó con inteligencia y agresividad, metido en la pista. Parecía, por paradójico que resulte, el Djokovic de sus grandes días. Movía el español al rival de lado a lado y resolvía con su derecha. Completó su propuesta con una sorpresa en el servicio, buscando la derecha de su rival para sorprenderle. Durante esos tres primeros sets, en general, el nivel del español fue más alto ante un número uno que rendía más a ramalazos.
Djokovic volvió a la lucha gracias a cuatro juegos espectaculares e igualó la semifinal. En el desenlace, la épica de Nadal, esa mentalidad de no dar nada por perdido, le terminó levantando ante un rival que ya jugaba un tenis impresionante.
Otro factor importante en París es el viento, que influyó para que viésemos más golpes con la caña de lo habitual. Provoca grandes diferencias entre jugar de un lado u otro de la pista y exige una concentración añadida. Ese factor, que se hizo notar ayer, lo maneja mejor Nadal. El mérito de su triunfo se agranda al saber que viene de siete meses sin competir por los problemas en las rodillas, un hándicap que todavía se le nota, como se vio al correr hacia algunas dejadas.