Cortina de humo para un espanto

Xurxo Fernández Fernández
xurxo fernández REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Hasta Cristiano critica el pobre estilo de juego de Mourinho, parapetado en el título copero

29 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El príncipe Guillermo se casa hoy e Inglaterra anda revolucionada por el acontecimiento. Hasta el punto de que el diario británico The Sun recurrió a una imagen de la realeza para poner rostros a los estilos de juego del Barça y el Real Madrid. Para el cronista del rotativo, el fútbol de los de Guardiola los emparenta con Kate Middleton, la futura esposa: «agradable a la vista, elegante, sofisticado, de ensueño...». La propuesta blanca evoca sin embargo una imagen menos grata; la de Camilla Parker Bowles: «lo mejor que puedes decir es que tiene una pinta fabulosa si lo sigues por la radio».

Mou se autoproclamó hace bien poco «un entrenador de títulos». Un alegato del resultadismo con todas sus virtudes (permite mirar por encima del hombro y engrosar el currículo) y sus defectos: sin trofeos no hay buenas campañas que valgan. Detalle menor si se tiene en cuenta que el Pellegrini de las buenas intenciones y el récord de puntos blanco se despidió hace menos de un año por la puerta de atrás del Bernabéu, pero que gana en relevancia si el ávido de galardones se empeña en meterse en todos los charcos.

Con los medios internacionales, y la mayoría de los ubicados a cierta distancia de la capital de España, dando por buena la rigurosa roja a Pepe, el parapeto de la pataleta quedó desactivado. Las crónicas eludieron las quejas (protagonistas únicas de la rueda de prensa pospartido) y se centraron en el juego. Y ahí, ni Cristiano Ronaldo apoya la coartada de su compatriota: «No me gusta, pero me tengo que adaptar porque esto es lo que hay», respondió el ojito derecho de Mou cuando le preguntaron por la propuesta blanca.

El 7 había subido enteros con el tanto que propició el título de Copa. Un gol que ofreció una doble disculpa. A su autor le eximió de cualquier crítica por su perpetua desaparición en las grandes citas -esta temporada se borró en el 5-0 del Camp Nou, solo se asomó para lanzar el penalti en el clásico liguero del Bernabéu, y en la final de Mestalla se reservó hasta la prórroga-. Además, dio su título al ideólogo del trivotazo y el fútbol fiero. El menor de los tres en disputa, pero el que evitaba al menos un tercer año de sequía.

Parapeto suficiente para repetir argumento en la ida de la Champions sin sonrojo ni silbidos de una grada acostumbrada a exigir. El trofeo anestesió a la afición blanca mientras su equipo aguantaba en campo propio los toques sin profundidad del Barça más romo de la campaña. Los culés tenían el argumento de su condición de visitantes y de las muchas bajas. De especial importancia la de Iniesta, que convirtió a Xavi en el único objetivo de Pepe, Lass y Xabi Alonso, definidos ayer por The Sun como «perros de guerra» de Mourinho. La triple presión sobre el cerebro blaugrana dio resultado: la estadística señala que el papel de faro se desplazó a Busquets, receptor de la mayoría de los pases de su equipo.

Xavi, que habitualmente recorre más de diez kilómetros por encuentro, vio reducido el miércoles su radio de acción y sus carreras no alcanzaron los siete y medio (tampoco corrió Alves, que apenas se sumó al ataque). Pese a ello, el 6 fue el jugador que más kilómetros acumuló en el partido. Un dato que dice mucho del choque -nueve jugadores del Schalke-Manchester rondaron los once kilómetros un día antes-. Claro que ese encuentro entre alemanes e ingleses no alcanzó los quince minutos de juego parado, mientras que el último clásico rozó la media hora de tiempo perdido entre tanganas y faltas tácticas.

Con el balón rodando, la posesión fue visitante (28%-72%), pero ni eso ni la indolencia de su equipo indignó al Bernabéu, que reservó los silbidos para la expulsión de Pepe y la de Mou (curiosa ausencia para el choque de vuelta). La afición parece convencida de la teoría de la conspiración de su técnico, que dio por perdida la eliminatoria. Bajada de brazos que una vez costó el puesto a Schuster. Eran otros tiempos en la casa blanca.