El Dépor venga la afrenta que le infligió el Betis en la primera vuelta

La Voz

DEPORTES

Diego Tristán y Makaay sentenciaron el choque en la reanudación

02 feb 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

La venganza es un hecho. Tristán y Makaay fueron los testigos del Dépor en un duelo de honor con el Betis, que había ganado 2-4 en la primera vuelta, en Riazor. Javier Irureta eligió armas: la estrategia y el remate de cabeza. La contundencia de los arietes permitió asestar dos estocadas mortales a los de Víctor Fernández para meter de nuevo al Deportivo en los puestos de Liga de Campeones. El goal average estaba nivelado. El honor se recobró gracias a lo ensayado el día anterior en la ciudad deportiva del Betis; el juego aéreo. El primero en clavar el florete fue Diego Tristán, quien tuvo arrestos para pasear su gol por delante de las narices de don Manué, con dedicatoria a la grada incluida. Pero no era suficiente. Al ser relevado, aplausos para del delantero andaluz del Deportivo para la tribuna, oreja y vuelta al ruedo. ¡Increíble! Cuando Makaay remató al Betis quedó claro el partido que habían hecho los coruñeses. Sin un fútbol brillante, volvieron a decidir por la gran pegada que tienen arriba. Ésa fue la diferencia con su rival en la segunda parte, porque la primera fue de harakiri. El duelo venía con un cierto pique. Antes del saque inicial, gesto de Joaquín a Romero como diciendo «calma, calma». El extremo internacional del Betis llegaba dispuesto a bailar un zapateado con el de Jerez, y a los nueve minutos ya le decía adiós por el retrovisor. Al final bailaron pegados y hasta intercambiaron sus respectivas camisetas. En el otro bando, el único arte intuible era el de Diego Tristán. Con cuentagotas, pero arte. Un control por aquí, un giro de tobillo por allá... Y las ocasiones, para Roy Makaay, el pichichi de la Liga. El Dépor sobrevive en parte por esa conexión entre Holanda y La Algaba, seria amenaza para los pichichis del mundo. Pese al triunfo, el equipo coruñés debe centrarse más. El de la primera parte fue ese Deportivo excesivamente atenazado por la inseguridad. Cada control, un problema; cada pase corto, un rompecabezas; cada llegada del rival, un chute de tensión. Los coruñeses jugaron al borde de la crisis nerviosa, pero abandonaron definitivamente el diván en el intermedio. Con el partido en el país del castañazo (despeje alto y que baje con nieve) afloró esa pegada para poner las cosas en su sitio, con Sergio como asistente de lujo desde la derecha. El panorama cambió por completo y se vieron los primeros ramalazos de fútbol, aunque el Deportivo sigue viviendo de las rentas de sus goleadores.