Frágil criatura de un zoo de cristal, Judy Holliday del cine del cambio

José Luis Losa

CULTURA

PACO RODRÍGUEZ

13 dic 2021 . Actualizado a las 19:26 h.

A Verónica Forqué —disculpen el excurso de la memoria personal— la descubrí una noche del Madrid de finales de los setenta en el Teatro Marquina. En un montaje de El zoo de cristal. Interpretaba a Laura, esa criatura tan frágil como un unicornio azul, con su halo de infinita tristeza que animaba la cima del dolor de Tennessee Williams. Diez años después de aquello nos conocimos en Santiago, cuando representaba en el reinaugurado Teatro Principal Ay, Carmela. Ya había eclosionado ella para la posmodernidad como Cristal en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Cristal otra vez. Verónica tuvo entonces el mundo a sus pies, con Almodóvar, Trueba, Berlanga o Colomo. Llegó para ser nuestra Judy Holliday del cambio.

Estuvo, por azares del tiempo y el arte, en el nacimiento de Cineuropa. En la primera edición del festival, en 1987, compareció Verónica con Madrid, esa sublime evocación de la capital del dolor firmada por Martin Patino. Y en la segunda edición habitaba una película llamada Caín. Era una producción de bajo presupuesto y muy alta inspiración. Una subversiva historia de ambiente escolar periférico y tarifeño. En mi memoria, Verónica hablaba con acento gaditano, pero 34 años después cualquiera se fiaba.

Hace tres semanas se lo pregunté mientras salíamos del tributo que le rendimos en el Principal. Sí, en Caín hablaba con acento de Cádiz. Verónica era esencialmente la misma niña de agua. Su mirada azul y cándida, la porosidad de su calma. El sentido del humor con el que recordaba cómo Luis Berlanga la perseguía por el plató de Moros y cristianos mientras le insistía en que el padre de Verónica —el gran José María Forqué— también era fetichista como él. Y que a ver si le podía regalar su colección erótica. «¡Fetichista! ¡Pero si mi padre era un señor muy serio!». Tras cenar, nos emplazamos para volver a vernos muy pronto, en Madrid. «No sé yo», me dijo bromeando, ya desde el taxi. «Demasiada libertad hay en Madrid». Más que nunca, ahora, capital del dolor.