«Tiempo»: Castillos en la arena

Eduardo Galán Blanco

CULTURA

M. Night Shyamalan adapta un cómic titulado «Sandcastle», pero su notable fuerza expresionista pierde fuelle en la versión fílmica

07 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que metió su primer y sonado gol, sorprendiendo a millones de espectadores con El sexto sentido, M. Night Shyamalan sostiene un buen club de fans que, cada dos o tres años, esperan fielmente su nueva película de fenómenos paranormales, personajes singulares y seres de otros mundos que suelen estar en los límites de este. En Tiempo, el director adapta un cómic titulado Sandcastle, de notable fuerza expresionista y editado aquí con el título de Castillo de arena. Pero la fuerza de la tinta de los creadores del tebeo franco-suizo pierde fuelle en la versión fílmica. 

Acompañado de sus dos hijos pequeños, un matrimonio con problemas de estrés e incomunicación llega a un resort caribeño. Allí, el mánager del establecimiento les ofrece un extra exclusivo: una playa privada en una reserva natural, prometiéndoles una experiencia única, «una anomalía de la naturaleza». ¡Y tanto que lo será! La familia y otros siete incautos empiezan a envejecer, al acelerado ritmo de un año cada media hora. Aunque lo intentan, los turistas accidentales no pueden salir del diabólico litoral, atrapados entre olas feroces y un desfiladero que los devuelve una y otra vez a la playa.

Si no conocemos la historieta en la que está basada la película, intrigan, y mucho, los avatares de la primera mitad del metraje; luego el devenir de la historia provoca una hilaridad indeseada y, por último, hasta aburre. El espectador no puede evitar la evocación de otras películas como La playa, series a lo Perdidos o sagas tipo Diez negritos de Agatha Christie; incluso hay algún momento en el que el hábil y culto Shyamalan juguetea conscientemente con El ángel exterminador. Pero aquí los personajes carecen de carisma, de cualquier chicha o encanto, son puro cartón piedra. Y el impulso surreal tampoco funciona, así que la película no se sostiene en absoluto, no por su argumento delirante sino por las poco convincentes entrañas narrativas del filme. Y todo se desmorona, como los castillos de arena que moldean los niños en la playa.

Como es habitual, M. Night Shyamalan ejerce de gurú y aparece como actor, interpretando al conductor de furgoneta que lleva a los protagonistas hasta el falso paraíso. Es una equívoca referencia mefistofélica que al final servirá de explicación tranquilizadora, con lo que hasta el misterio que conllevan todos los filmes del director resulta cercenado.