César Antonio Molina: «El algoritmo es hoy un peligro público que traerá muchas desgracias»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

César Antonio Molina (A Coruña, 1952).
César Antonio Molina (A Coruña, 1952). BENITO ORDÓÑEZ

El escritor e intelectual gallego reflexiona en su nuevo libro, «¡Qué bello será vivir sin cultura!», sobre lo que el hombre y la sociedad sacrifican en la era del «totalitarismo tecnológico»

17 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Anda desde hace tiempo César Antonio Molina (A Coruña, 1952), poeta, escritor, exministro, inmerso en una particular batalla en defensa de la cultura. Su nuevo libro, ¡Qué bello será vivir sin cultura! (Destino), es un sillar más en ese edificio que construye contra la banalidad, la dictadura tecnológica y la idiotización a la que conduce el abuso de las pantallas e Internet.

-En realidad mi vida tanto como docente universitario, escritor y gestor cultural, ha estado muy centrada en ello. Me crie en una familia coruñesa muy ilustrada, como eran casi todas las republicanas de aquellos días, y he tenido siempre a gala el serlo. La educación y la cultura fueron esenciales en la Segunda República. La guerra lo arrasó todo y la dictadura militar lo remató. Al exilio se fue lo mejor de nuestro país. La cultura fue un bastión contra el franquismo.

-La cultura tenía prestigio...

-Presumíamos de ser cultos porque aquello representaba ser racional, librepensador, pacífico y alejado de las diferentes fes ciegas que tanto mal habían provocado. Y eso también se lo debimos a algunos de nuestros profesores represaliados que no tuvieron más remedio que quedarse en el país. Hoy de todo aquello no queda nada. A mí, no hace tanto, una alumna se levantó en clase y me dijo: «¡Yo tengo derecho a la mediocridad!». Y fue aplaudida por parte de sus compañeros. Nosotros gritábamos «¡Viva la libertad!» o «¡Viva la democracia!» que era tanto como gritar «¡Viva la inteligencia!» y no «¡Viva la muerte!». Teníamos muy presente a Unamuno.

-La democracia no resolvió todos los problemas.

-El gran fracaso de nuestra democracia ha sido la infame educación tanto en la enseñanza media como la universitaria. Todos nuestros grandes males, muchos de los cuales veo como irresolubles, provienen de ahí. Los problemas universales con la cultura surgieron, curiosamente, con la Ilustración. Hasta entonces la cultura pertenecía a una élite y era visto por el pueblo como algo inalcanzable y tampoco muy necesario para su sobrevivencia cotidiana. El poder despótico benefactor quiso extenderlo a gran parte de su población de una manera obligatoria y, de ahí, surgió una gran reacción. Rousseau es un buen ejemplo. Todo esto está relatado en mi libro.

-¿Ha quedado ahora la cultura para hacer paquetes turísticos? ¿Para los parques temáticos?

-Lo que no se conoce no se puede admirar. Ni siquiera.

-¿Cómo se pasó del conocimiento al espectáculo?

-Fue la Escuela de Fráncfort la primera que habló, hace más de medio siglo, de industria cultural, refiriéndose a la reproducibilidad de las obras de arte destinadas a un mercado de mayor consumo. Adorno y Horkheimer ya nos previnieron de los males de la cultura masificada, donde los ideales humanistas quedan relegados a la nada. Del homo sapiens hemos pasado al pantalicus; un ser humano controlado por la tecnología.

-¿Son intereses económicos o políticos?

-Yo creo que ambos. Pero en este momento veo más peligro en esas grandes empresas multinacionales que, al margen de las ideologías, tratan de controlarnos. Estamos en el camino del totalitarismo tecnológico. Esas empresas ya se están imponiendo a los Estados. Por ejemplo, ya vemos que ninguna de ellas paga impuestos. Además, a través de todos sus aparatos imposibles de no utilizar en nuestra época, ya nos controlan. Nos están convirtiendo en consumidores y, además, de lo que ellos quieren. El ciudadano está camino de la extinción. Hoy, en las constituciones, debería constar que el individuo ya no es totalmente libre pues ha tenido que ceder, a la fuerza, parte de esa libertad. E incluir el nombre de todas esas empresas que conocemos muy bien y que representan el capitalismo más salvaje.

-¿Qué responsabilidad tiene la globalización?

-Las responsabilidades son de las personas. La globalización es inevitable. La tierra se nos ha quedado muy pequeña, como hemos visto con la pandemia.

-Teléfonos móviles, Internet...

-Uno de los grandes filósofos europeos, Giorgio Agamben, se refiere a la creación de dos nuevas clases sociales: los seres vivos (el ser humano) y lo que él denomina como dispositivos, todos estos aparatos que estamos obligados a utilizar para poder vivir. Incluso nos habla de una hominización de las tecnologías.

-¿Y qué le sugiere el algoritmo?

-Creo que es una de las cosas más terribles que ha inventado el hombre. Que una máquina elija aquello que más se venda, sea bueno o malo, salubre o insalubre, pacífico o violento. El algoritmo es hoy un peligro público que traerá muchas desgracias. La robotización debe ser a favor del individuo no en su contra o control.

-¿Por qué perdió atractivo el saber, sobre todo para los jóvenes?

-Varias veces he tenido que salir al paso, en debates y escritos, de la idea de que el Estado tendría la obligación de entregar a cada nacido un móvil y un ordenador y, que esto, sería ya suficiente para su educación. Traducida esta aberración, desgraciadamente cada vez más extendida, quiere decir que delegamos todo nuestro conocimiento en esos aparatos y, por lo tanto, toda nuestra libertad. Porque pensar es ser libre.

-¿Por qué el intelectual ha perdido parte de su prestigio?

-Unas veces por su propia irresponsabilidad, por ejemplo en el arte, las declaraciones estúpidas de Duchamp o Warhol; y otras por los ataques enfurecidos del poder siempre en permanente desagrado por las opiniones libres y críticas que lo desenmascaran. Chomsky escribió que los Estados se habían inventado a los especialistas, esos funcionarios abnegados, para contraponerlos a los intelectuales.

-¿Todo el mundo puede ser periodista teniendo un móvil?

-Hoy mucha gente cree que, a través de estos aparatos y sus contenidos, pueden hacer de todo y saber de todo. Incluso espero que, alguna vez, se puedan operar a sí mismos.

-¿Usted usa las redes sociales?

-Yo, como provengo del periodismo, me he tenido que ir adaptando a este mundo para poder seguir trabajando. Siempre echo de menos aquel papel pautado de La Voz de Galicia y el ruido de las máquinas de escribir y, por supuesto, las tertulias de redacción. Solo uso Whatsapp, y eso ya me parece una excentricidad, y una pérdida de tiempo tanto mutua como ajena.

-¿Y cuál debe ser el papel del Estado en todo esto?

-El de siempre: cuidar y proteger a sus ciudadanos. Contribuir a hacerlos felices. Trotski, en Literatura y revolución, escribió que en la URSS el hombre medio alcanzaría la talla de un Aristóteles, de un Goethe… Pero ya sabemos lo que pasó. Aun así, la idea era magnífica.