Un libro aporta nuevas claves del vínculo del director con Rulfo y García Márquez
13 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Con la reciente aparición en México del ensayo Juan Rulfo y el cine, publicado por RM bajo los auspicios de la Fundación Juan Rulfo, el profesor de cine latinoamericano y español en la Brigham Young University, en Provo, Utah, Douglas J. Wheatheford, aporta nuevas claves a la estrecha relación de Carlos Velo con el escritor de Jalisco, que incluso le acompañó a localizar exteriores para su filme. El volumen afronta las adaptaciones de Pedro Páramo, que el cineasta de Cartelle estrenó en 1966, y de El gallo de oro, dirigida por Roberto Gavaldón en 1964, con el importante añadido de la presencia en ambas de los escritores Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.
Además de analizar los guiones y su complejo proceso de gestación, se reproduce el guion de la versión rodada por Velo y a la que el productor Manuel Barbachano Ponce invitó a participar al futuro autor de Cien años de soledad para el «perfeccionamiento de la estructura fílmica», además de incluir las dos versiones para Gavaldón, la finalmente rodada y en particular la de 1963 a cargo de García Márquez y Fuentes, sobre la novela corta de Rulfo, escrita entre 1956 y 1958, pero que no se publicaría hasta 1980.
Carlos Velo, a través de la productora Teleproducciones de Barbachano, tenía a su cargo el noticiero semanal Cine-Verdad, fundado en 1953, para el que escribían pequeñas piezas algunos «jóvenes escritores que prometían revolucionar la literatura y apoderarse de la escena intelectual», tal como afirma en el libro Fernando Mino Gracia, especialista en la filmografía de Gavaldón. Entre muchos otros, Álvaro Mutis, Elena Poniatowska, Fernando Gamboa y, por supuesto, Fuentes y García Márquez, entonces periodista que se había establecido en México desde 1961 y al que el propio Velo invitó en 1963 a adaptar El gallo de oro para Clasa Films Mundiales (productora del prestigioso director de fotografía Gabriel Figueroa) con la que Barbachano se había asociado. El colombiano se aplicó con entusiasmo en compañía de Fuentes, y culminaron el texto en diciembre de ese mismo año, incluyendo anotaciones del propio Rulfo, que todavía seguía trabajando sobre su original literario.
A Gavaldón, el guion le pareció «insuficiente» y meses después García Márquez lo dejó en manos de Fuentes y ambos recordarían la experiencia como insatisfactoria, aunque años después el escritor mexicano hacía autocrítica: «Nos importaba lo que se leía, no lo que se veía», en referencia a su escasa experiencia cinematográfica. Ese ejemplar apareció felizmente en el archivo de Roberto Gavaldón cuando ya el libro de Wheatheford se encontraba a punto de impresión y fue donado a la fundación por su hijo, razón por la que se incluye un análisis del mismo a cargo del especialista en literatura rulfiana, el español José Carlos González Boixo, que reconoce al hallazgo la generación de «una gran expectación en el lector al ver unidos en un mismo proyecto a tres de los más grandes egregios narradores hispanoamericanos del siglo XX», para concluir finalmente que la película resultante y la novela tienen su propia autonomía.
Tal como anuncia en su presentación el director de la Fundación Juan Rulfo, Víctor Jiménez, Wheatheford prepara ya la continuación, Juan Rulfo en el cine: caminos por una industria «sobre el recorrido de Rulfo por el cine nacional bajo diversas formas: como novelista, fotógrafo. Guionista, revisor, actor y asesor», y lo más probable es que se vuelva a encontrar con Velo en algún momento.
«El proyecto más grande de mi vida»
Eso repetía Carlos Velo, y en su última visita a Galicia en 1985, todavía esperaba ver publicado su guion de Pedro Páramo junto a otras consideraciones que ya habíamos aportado en Las imágenes de Carlos Velo (UNAM, México, 2007), libro también citado por Wheatheford. Considera que con la difusión ahora de la versión filmada en 1965, con Carlos Fuentes, Velo y Barbachano como adaptadores, se cumple su sueño ya que «esperaba que con la lectura de ese texto fílmico revelase la calidad de una iniciativa que se desperdició, según él, por la intervención inoportuna de fuerzas ajenas». Afirma el autor que fueron nueve las versiones escritas entre 1960 y 1965, desde la inicial «del script (…) que Carlos Velo le enseñó a Manuel Barbachano en 1960 y sufrió muchos cambios durante los siguientes años».
La historia posterior es bien conocida. El rodaje de Pedro Páramo levantó una gran expectación en México no correspondida por su posterior acogida crítica. Concluye Wheatheford que aun así «ha perdurado en los años posteriores al estreno de Pedro Páramo, [y] no creo que la presencia de Velo haya sido un desatino evidente», para añadir que «tiene sus logros, entretiene y sigue proyectándose en televisión, en cine clubes (…) entre otras cosas, por la estatura de los escritores que colaboraron en el guion». Con todo, la futura catalogación del archivo personal del cineasta gallego por parte de su fundación en Galicia todavía puede arrojar nuevas luces sobre lo que fue un gran proyecto frustrado de Carlos Velo, siempre contra su voluntad.