La vida en el siglo XVII, según las crónicas de los archivos episcopales

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro FERROL / LA VOZ

CULTURA

El deán Segundo Pérez López, en la biblioteca de la catedral de Santiago
El deán Segundo Pérez López, en la biblioteca de la catedral de Santiago XOÁN A. SOLER

Segundo Pérez López, deán de la catedral de Santiago, saca a la luz documentos inéditos sobre la Terra Chá

15 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A Segundo Leonardo Pérez López (O Buriz, Guitiriz, 1948) se le conoce fundamentalmente por su labor como teólogo, por su permanente compromiso con la proyección del Camino de Santiago y, sobre todo, por ser el deán de la catedral compostelana. Pero eso no debiera hacer olvidar que se trata de uno de los investigadores que más esfuerzo ha dedicado a sacar a la luz -a través de esa magnífica fuente para el conocimiento de la intrahistoria de los pueblos que es la documentación eclesiástica- aspectos inéditos de la vida cotidiana de Galicia tanto en el crepúsculo de la Edad Media como durante los años del Barroco.

Como prueba de ello baste recordar la reciente publicación del volumen en el que desvela el contenido de los informes que los obispos de Mondoñedo remitieron, siglo tras siglo, a los papas. Y no debería dejarse de mencionar, tampoco, el esfuerzo que dedicó a sacar del olvido la visión de Galicia que, a través de su labor pastoral al frente de la mitra mindoniense, atesoró fray Antonio de Guevara, uno de los escritores del siglo XVI español más celebrados en la Europa de su tiempo y autor al que Cervantes cita en el prólogo del Quijote.

El caso es que Segundo Leonardo Pérez López publica ahora un nuevo libro, y con él da a conocer cómo era la verdadera vida de quienes habitaban la Terra Chá a comienzos del siglo XVII. Se trata de Unha visita á Terra de Parga en 1613, obra que tiene como eje vertebrador la documentación atesorada durante la visita pastoral que el obispo Mesía de Tovar (el mismo prelado que siendo obispo de Mondoñedo se hizo retratar, en un célebre lienzo, arrodillado ante San Rosendo) llevó a cabo a la tierra de Parga en el año 1613.

«Manda Su Señoría -anota, en 1613, el escribano Gregorio de Velasco, por indicación del propio obispo Mesía de Tovar, en la parroquia de San Salvador de Parga, por donde pasaron el día 16 de abril del citado año- que todos los domingos y fiestas de guardar enseñe [el cura] la doctrina cristiana a sus feligreses, declarándosela y dándosela a entender de manera que cualquiera que la preguntare la diga y la responda...».

Era años duros. Y una Galicia pobre. Una Galicia en la que tanto el bajo clero como los campesinos hacían frente a las dificultades de cada día como podían. Una Galicia profundamente rural, en la que la visita de un obispo y de quienes lo acompañaban debía ser vista, seguramente, como la de quienes pertenecían, sino a un mundo distinto, al menos sí a una realidad que en nada se parecía a la de quienes trataban de sobrevivir en medio de inmensas dificultades.

Segundo Pérez López: «La función de los símbolos culturales es vehicular ideas»

«Las fuentes para el estudio de la intrahistoria de la Iglesia -apunta Segundo Leonardo Pérez López- son los sínodos diocesanos, los libros parroquiales y las visitas ad limina y, sobre todo, las visitas pastorales. Utilizando estas fuentes, este libro sobre las tierras de Parga viene a ser un trabajo de historia local que, como sabemos, desde mediados del siglo XIX está en pleno auge».

El estudioso de la historia local, prosigue, utiliza y valora todos los datos que aportan las fuentes documentales, orales o de cualquier otro tipo en que aparezca refrendada la vida de un determinado colectivo o de un espacio vital a estudiar. «Esta pequeña obra se sitúa, pues -dice el deán de la catedral de Santiago-, en el ámbito de la cultura y de la antropología cultural de Galicia... La palabra cultura deriva del verbo latino colere, que significa ‘cultivar’. Una forma de este verbo es cultum, que en latín significa ‘agricultura’. El adjetivo latino cultus se refiere a la propiedad que tiene un campo de estar cultivado. Esta metáfora dio pie a hablar del cultivo del alma, o cultivo de las aptitudes propias del ser humano. En este sentido, hablar de un ser cultivado nos lleva a pensar en alguien que ha sido instruido o educado, en una persona culta. En el siglo XIX la palabra cultura fue asociada a las actividades lúdicas que las personas bien educadas realizaban».

La antropología cultural, sostiene Pérez López, es la ciencia que estudia la cultura, ya que se dedica a comparar los distintos modos de vida de los humanos. Los antropólogos distinguen entre cultura material y cultura mental. Por eso, cuando los antropólogos describen las culturas de los diversos pueblos se refieren tanto a sus técnicas productivas como a sus formas de organización social, a sus creencias, a sus costumbres, etcétera.

«La función de los símbolos culturales es vehicular ideas o significados. Mediante los símbolos, nuestras creencias e ideas se hacen tangibles y se expresan de manera concreta, con lo que adquieren una cierta resistencia y resultan más fáciles de comunicar», subraya, para admitir que algo de todo esto se puede encontrar en su libro sobre la Terra Chá, una obra que califica de muy necesaria en su género dentro de la etnografía, la antropología cultural y la historia local, indica Segundo Pérez.