Patti Smith, una exhibición de grandeza en el Noroeste

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN

CULTURA

La cantante americana firmó una noche para la historia en A Coruña, dejando claro ante miles de personas que a los 72 años canta tan bien como a los 20

10 ago 2019 . Actualizado a las 15:36 h.

El mundo ha cambiado mucho desde que Patti Smith editó Horses en 1976. El rock, dicen, ha perdido su poder subversivo. Las verdaderas estrellas a las que rendir pleitesía lucen pelo blanco y ofrecen conciertos pulcros donde todo se mide al milímetro. Varias generaciones disfrutan del mismo artista casi como una actividad familiar, lejos de la peligrosidad de antaño. Y vas a la zona de prensa de un festival como el Noroeste y lo primero que te dice la chica de seguridad que custodia el acceso es: «Está totalmente prohibido beber y fumar aquí». ¿¿¿Ein???

Pero hay cosas que no cambian en todo este circo musical. Una de ellas es el pellizco. Ese que se siente cuando el sonido te sacude por dentro como espectador y te lleva a la emoción pura, a la que sentiste de adolescente y te arrastró aquí en lugar de hacerlo al deporte, los juegos de rol o la física cuántica. Ayer, en la actuación de Patti Smith en el Noroeste se produjo. Ante miles y miles de personas (nunca antes se había visto Riazor así) demostró, pellizco tras pellizco, que en esta nueva etapa de la música rock existen aún mitos a los que venerar a ciegas porque convierten todo esto en algo mágico. 

A sus 72 años Patti Smith canta igual que a los 20. Y eso te deja boquiabieto. Cuando empezó su recital con Wing, deslizándose por sus curvas vocales a su antojo, quedó claro. Arranque suave por el camino del medio tiempo, ejecutado con volumen bajo (hubo muchas quejas entre el público que estaba más atrás) y con su esplendorosa voz en primer plano. Ahí, dibujando con sus manos las canciones y exhibiendo un atractivo escénico total, se avanzaba lo que iba a venir: ni más ni menos que una de las mejores actuaciones de la historia del festival.

Se asocia a Patti, por aquello del titular perezoso, con el estruendo y el punk. Pero realmente ayer nos recordó que lo suyo es la belleza un tanto agreste y con esa sensación de estar servida en estado puro. Escucharla cantar Redondo Beach meneaba cosas en el interior. Al contrario de lo ocurrido en Vigo hace nueve años, esta vez latía algo muy vivo en sus estrofas. Pero quien echaba de menos el rugido, lo encontró pronto con el Beds Are Burning de Midnight Oil, espléndida versión en la que, curiosamente, se encuentra otro posible pero del bolo. ¿Por qué apostar tanto por las lecturas de otros teniendo un repertorio como el suyo? Cayeron por allí Jimi Hendrix, Neil Young (preciosa After The Gold Rush), Rolling Stones o Lou Reed.     

En fin, todo sea por buscar peros y no caer rendido a la grandeza de una artista gigantesca que logró que piezas tan manoseadas como Dancing Barefoot o Because The Night, esas que difícilmente pones en casa, sonasen verdaderas y necesarias. Y que con Gloria se vibrara como en los días que un concierto en vivo era un acontecimiento que ocurría una vez al año y no el divertimento del fin de semana, pensando ya en el siguiente. Todo ello sin olvidarnos de People Have The Power, canción sobre la gente, el empoderamiento y la emoción que durante cuatro minutos desplazó el cinismo, la réplica y el descreimiento.

Al final, con el público coreando su nombre y la playa convertida en un multitudinario enjambre de personas felices, Patti Smith dejó la impronta de haber marcado un hito en esta ciudad. Su concierto en esta era de rock profiláctico, adulto y quizá agotado sonó a gloria. Esa que canta en su celebérrima versión de Them. Esa que nos golpeó a todos, o casi todos, anoche. Esa que obliga calificar lo de ayer como histórico.