En la trama nace una estrella y con la película nace un director
20 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.En su estreno como director, Bradley Cooper luce contención emocional y mesura narrativa. Renuncia a venirse arriba, aunque los mimbres del cesto se lo habrían permitido y la coyuntura le fuera favorable. Precisamente, por compartir pantalla con Lady Gaga, un mazazo dramático en todo el morro para quienes la teníamos por un producto mercadotécnico, humo a poco que rascaras aunque, sin duda, dotada de buena voz. Que el actor haya elegido la historia que William A. Wellman estrenó en 1937, con dos sucesivas versiones a cargo de George Cukor en 1954 y Frank Pierson en 1976, cabe suponer que respondía a una elección personal de Cooper con la complicidad desde hace ya cuatro años de la propia Gaga, dispuesta a asumir que posee un rostro nada estrellado -en varias ocasiones su personaje se reconoce fea…- y vestir a esa cantante de garitos, cuya referencia más directa está en la anterior versión, la protagonizada por Barbra Streisand.
La Malpaso de Eastwood entre las coproductoras, y el siempre sólido Eric Roth entre los guionistas -Óscar por Forrest Gump y finalista de unos cuantos-, reforzaban la credibilidad de esta empresa, que va camino de ser uno de los taquillazos del año, más allá de que su tema principal se lleve la estatuilla. Esa es otra: Gaga y Cooper cantan sus propios temas y eso robustece la coartada argumental, al aportarle una fuerte dosis verosímil a esta nueva vuelta al mito de Pigmalión en clave musical, aunque también algo más. Regresando al inicio de este comentario, al ahora director, ya bien acreditado aquí en cuanto a solvencia autoral, hay que reconocerle una transición comedida por los caminos del drama, sin sobrecargas en la periferia familiar de ambos protagonistas. Otro tanto en cuanto a contención narrativa, apostando por un tono casi eastwoodiano, con una cámara sobria cuyo único alborozo está en algunas fases de los conciertos -todos reales, anótese-, y que tiene su cénit en una secuencia final destinada a masajear el lacrimal sin asomo de sensiblería. En la trama nace una estrella, con la película nace un director.